Picasso todo lo vale. La firma a pie de cada obra o a su espalda. Su imagen de minotauro con una camiseta marinera, ensimismado en un lienzo en construcción, trazando la rúbrica en un espejo, jugando de padre o haciendo travesuras experimentales. Sólo nos falta su voz para completar la mitomanía que no ha dejado de provocar el talento, la vida, la producción artística de un genio que seduce por igual a críticos, público, millonarios, ladrones, coleccionistas y a jóvenes creadores que todo lo desacralizan. Picasso siempre es noticia entre todos. Lo mismo aparece en una subasta de Christie´s del pasado mes de mayo y en la que obtiene 41 millones de euros por Mujer sentada, vestido azul, una abstracción picassiana de Dora Mar en bikini de playa, que la policía lo salva del contrabando y del naufragio en un yate de un apellido de la banca que navegaba la intimidad azul de contemplar la bella Cabeza de mujer joven. Los ensimismados del arte tienen esas pasiones solitarias. Jacques Lacan se encerraba en una habitación de su casa para pensar el nacimiento del mundo frente al sexo femenino de un cuadro de Courbet. Jaime Botín disfrutaba de Picasso en la privacidad de las aguas internacionales, hasta que lo han detenido por intentar brindarlo supuestamente en la Suiza de las cajas secretas. O quizás venderlo a uno de esos coleccionistas de guantes blancos y dinero sin huella. Otros, en cambio, prefieren velarlo en el patio de una casa de la malagueña calle Beatas. Picasso hiperrealista y amortajado en poliéster, fibra de vidrio y poliuretano en la capilla ardiente de la Alianza Francesa. Su autor Eugenio Merino, junto con Los Interventores, invita a los visitantes a que reflexionen sobre la instrumentalización de la figura de Picasso con fines comerciales. Quién sabe si, además de la pieza y del folleto que cubre el trayecto desde su lugar de nacimiento, su museo y su cuerpo presente, el proyecto termina con la venta de merchandising: camisetas de rayas blancas y azules horizontales, pantalón marfil y zapatos negros. La verdad es que frente a la obra de 1.64 metros de estatura yacente, su realismo es palpable. Y viéndolo dan ganas de acercarse a su museo de Málaga.

Siempre que alguien importante se muere o nos recuerdan el aniversario de su nacimiento, a uno le entran ganas de revivir su obra. Sucede habitualmente con los escritores. Fallecen y el óbito nos empuja a las librerías en busca de sus obras emblemáticas. En Málaga ha ocurrido esta semana con el heterodoxo Juan Goytisolo. Lo malo es que la Feria del Libro es como una pequeña reserva india en la plaza de la Merced, bajo un sol de imperio y un cuadrado sin número áureo. Es difícil en esta feria de Wolfe, que no cesa de caer en picado, encontrar libros de este intelectual rebelde contra los convencionalismos y los prejuicios, con una lúcida prosa cervantina y una literatura de periódico en defensa de las bibliotecas destruidas por la guerra y de cualquier cultura estigmatizada por el atávico miedo. Tampoco hay apenas ejemplares de autores de literatura reconocida ni apenas ambiente de encuentro. Los únicos felices son los autores que se auto publican.

Menos mal que lo de Picasso es más fácil. Su museo merece siempre la pena ser visitado porque cada vez supone un nuevo descubrimiento. La mirada nunca es la misma, y contemplar sus recién estrenados fondos es un disfrute en el que es raro no descubrir algo nuevo en muchas de sus obras. Y también para aprender o deleitarse, en los casos de adicción al arte, con sus exposiciones temporales. La última enmarca a La Escuela de Londres, una muestra organizada por la pinacoteca malagueña en colaboración con la Tate Gallery, que reúne 90 obras de un grupo de artistas que hicieron del cuerpo, como sujeto e identidad, una fascinante lección de la naturaleza del dibujo, de la carnalidad del tiempo, de la afirmación de la realidad y su emoción a través de la figura humana, el paisaje urbano y el entorno cotidiano de lo personal y lo internacional. Audaces y a su aire, en una época en la que el mercado apostaba por la abstracción, sus trabajos son una extraordinaria enseñanza acerca de la magia del dibujo como pulso, levedad, y trazo de la creación en libertad, y también de la pintura como construcción, textura, peso e indómita fuerza germinal. Aquel grupo, bautizado en 1976 en la exposición The Human Clay en la galería Hayward de Londres, estimuló un intercambio de miradas y una fecunda competitividad pespuntada de admiración, de parecidas obsesiones personales, de preocupación por acontecimientos frente a los que adoptaron posturas éticas y criterios estéticos cercanos al informalismo, al pop art, al expresionismo abstracto y a la nueva objetividad.

Desde el inicio de la exposición, el encantamiento de las piezas anima al visitante a concentrarse en la exquisita belleza de lo sutil y de la perfecta precisión del dibujo en cada obra de William Coldstream; en la encarnación del vigor pictórico del paisaje en los lienzos de David Bomberg, maestros de los miembros de La Escuela de Londres que inicia su colectiva con la sorpresa de la mirada ante la joya que es la pieza de un perro de Francis Bacon, inicio de su gesto plástico sobre el tormento y la búsqueda de liberación, y en la que resulta admirable su composición del horizonte. Este primer Bacon, innovador en el retrato psicológico en el que están presentes el grito, la animalidad interior y el abismo, con ecos del dramatismo expresionista del cine de Eisenstein, y las primeras indagaciones en la viscosidad y crudeza del color, resulta mucho más potente y admirable que el de sus posteriores fragmentaciones de pinturas sobre la violencia del cuerpo, la sexualidad y la metamorfosis, que recuerdan a Oscar Wilde " cada hombre mata lo que ama", resueltas como seriaciones de marca. Esa misma libertad pero más juguetona e intelectual adquiere una magia especial en las pinturas de Ronald B.Kitaj, admirador de Cezanne y de Matisse, que transitan entre el cartelismo, el collage sujeto a una equilibrada composición aparentemente desdeñada, a la euforia del color y a la sensualidad y erotismo del pastel. Técnica del maravilloso lienzo en el que rinde homenaje a Romero de Torres y a Coubert con el descaro de un protagonista sexo femenino. También es muy evidente la idea de Kitaj de que fuese posible inventar en pintura un personaje, una personalidad, de la misma forma que eran capaces de hacerlo los novelistas.

La embriaguez de la oferta expositiva exige lentitud, que el visitante se tome tiempo en apreciar los cuadros que lo reclaman. Le sucede a la mayoría del público con Lucien Freud y su concepción deleuziana de la verdad desnuda de la intimidad de los cuerpos en instantes de abandono, de agazapada pulsión sexual y vulnerabilidad. La pintura como carne y como construcción, susurra Freud al introducir en uno de los cuadros la mesita con los pinceles. Un existencialismo humanista que atrae y perturba al espectador frente a sus cuerpos a solas con su sombra. Hipnótica también es la densidad de la gestualidad cromática de Auebach; los insólitos ángulos de Kossoff con los que retrata la iglesia londinense de Christchurch; la calidad escultórica de la contenida emoción de los cuerpos de Euan Uglow o las inquietantes atmósferas del color en las fábulas de Paula Rego. No se pierdan en la última sala la obra en papel: el dibujo es el alma, la pintura el corazón.

Qué envidia que no le ocurra a uno como a Stefan Kasper, visitante 10 millones del Rijksmuseum de Ámsterdam y ser invitado a pasar la noche y descorchar una botella de champán, no frente a La ronda de noche de Rembrandt, sino ante cualquiera de los cuadros de esta exposición. O de los fondos de un museo en el que cada muestra temporal es la equis de un tesoro en el mapa de Picasso.