En 2013 se publicó un libro póstumo con varios trabajos dispersos del politólogo Peter Mair, un clásico en el estudio de los partidos políticos, que había fallecido hacía dos años, siendo aún joven, en su Irlanda natal. La primera frase dice que «la era de la democracia de partidos ha pasado». Los sucesivos capítulos son un intento de demostrar esta afirmación categórica, que contradice el supuesto de que los partidos, se consideren pieza básica o mal menor, son imprescindibles para la democracia. Esta idea tuvo una difusión rápida en la segunda posguerra y acabó imponiéndose en la opinión pública de las sociedades avanzadas. Aún hoy puede verse a través de las encuestas del CIS que una mayoría de españoles piensa que entre la democracia y los partidos hay una relación necesaria. Pero Mair ya constató que estaban teniendo lugar algunos cambios trascendentales cuando la crisis económica todavía no había causado estragos ni había modificado el mapa político de los países sureños de Europa, como ocurrió a partir de 2010. Los síntomas eran numerosos, cada vez más evidentes y afectaban a las viejas y a las nuevas democracias. Todos ellos han aparecido en forma de avalancha en las elecciones francesas, primero en las presidenciales y ahora de nuevo, con más presencia, en las legislativas. Macron ha obtenido una victoria de época al frente de La República en Marcha, que es cualquier forma de organización política menos un partido convencional. Fundado hace poco más de un año con otro nombre diseñado a partir de las iniciales del líder, recluta adheridos a través de las redes sociales, que le sirven también de medio para publicitar sus mensajes. No tiene afiliados, estatutos ni una estructura burocrática al uso. El organigrama se limita a un pequeño gabinete formado por unos pocos colaboradores de Macron de su etapa de ministro, en el que destaca el papel de los portavoces. El movimiento se define como una coalición interideológica, por encima de las divisiones partidistas actuales, cuyo fin es dar voz a los ciudadanos alejados hasta ahora del compromiso político. Pues bien, Macron ha ganado la primera votación en 437 de un total de 577 circunscripciones. Teniendo en cuenta que presentó candidato solo en 517, el resultado es que fue el más votado en el 84% de las circunscripciones. No se recuerda una victoria así en la historia de la V República. Las proyecciones que se hacen para la segunda vuelta auguran la formación de un grupo parlamentario mayoritario de un tamaño sólo superado en 1993 por la coalición de republicanos y centristas. El palacio Bourbon, sede de la Asamblea Nacional, no tiene una sala, salvo el propio hemiciclo, que pueda dar cabida a sus reuniones. La aplastante victoria de Macron es la más amplia registrada, eso sí, con la participación más baja desde 1958 y un porcentaje de apoyo electoral muy discreto. El resto de los partidos ha quedado reducido a cenizas por el atractivo del recién elegido presidente y el efecto acumulado del sistema electoral. Han perdido votos, algunos no podrán reunir un mínimo de quince diputados y por tanto no tendrán grupo propio en el parlamento y notarán una merma importante en los ingresos condicionados a la obtención de escaños. Macron podrá confirmar a su gobierno y empezar a desarrollar su ambiciosa agenda de reformas. Cuenta para ello con la colaboración de un grupo de diputados muy amplio, formado en su mayoría por ejecutivos de empresa y funcionarios sin ninguna experiencia política, y una oposición extremadamente dé- bil, que no será un obstáculo. Se decía que las elecciones legislativas iban a ser una dura prueba para Macron por el arraigo local de los candidatos de los partidos establecidos, cultivado durante décadas de relación con los electores. Pero el vendaval Macron se los ha llevado. Hay muchos indicadores, la abstención, la volatilidad de votantes y de partidos, el rechazo a las siglas conocidas, el perfil de los candidatos ganadores, que vienen a darle la razón a Peter Mair. Este proceso electoral pone fin a la democracia de partidos, la única que creíamos posible, en Francia. Y aquí saltan al papel las preguntas más graves, encadenadas una a la otra: cuando los partidos desaparecen de la escena política, irrumpen la tecnocracia o el populismo, ¿qué es Macron, tecnócrata, populista o las dos cosas a la vez?; ¿la desaparición de los partidos es temporal o definitiva?, ¿volveremos a verlos como protagonistas de la política francesa?; y, ¿podría ser Francia la primera democracia sin partidos? Por último, ¿es Francia un caso excepcional o es previsible una evolución similar en otros países? Los datos muestran inequívocamente que en el núcleo de nuestras democracias, el vínculo que debía unir a ciudadanos y partidos, se ha producido una ruptura de carácter irreversible. El problema aqueja especialmente a las democracias maduras y hace pensar que nos estamos despidiendo de esas democracias tal como las hemos conocido y poco a poco, tanteando el terreno, vamos experimentando con nuevas formas políticas aún sin definir. Esperemos que, en todo caso, no dejen de ser democráticas y liberales.