El lunes pasado esperaba que se me ocurriera algo mientras contemplaba la pantalla del ordenador. Tenía un par de ideas. Amanecía el día con un acompañamiento de pájaros y con un cielo diáfano, entre gris acero y azul claro. Todavía una luna potente alumbraba. El astro de los misterios de la inteligencia y la sabiduría. Decidí echar un vistazo a las primeras noticias de la mañana. En mi pueblo, Marbella, comenzaba un tranquilo día de fiesta, casi sin tráfico. Dedicado a nuestro santo patrón, el apóstol San Bernabé. Aquel prudente hombre de Dios que amaba los libros y que un día decidió vender su hacienda para socorrer a los pobres de Salamina. En su isla natal de Chipre, hace ya muchos siglos.

Decidí echar un vistazo a las primeras noticias de la mañana. Leí en el Washington Post - en la actualidad probablemente el periódico mas valiente de los Estados Unidos- que dos fiscales generales, el del Distrito de Columbia, Karl Racine y el de Maryland, Brian Frosh, habían decidido demandar al presidente Donald Trump por presuntamente incumplir su juramento constitucional. No pocos norteamericanos, además de los fiscales citados, sospechan ahora que los hoteles y los negocios inmobiliarios de Trump se podrían estar beneficiando indebidamente de su caudillaje. Por eso los fiscales le acusan de violar las cláusulas anticorrupción de aquella Constitución que el flamante presidente juró respetar y defender.

Nunca consideré al entonces magnate y ahora polémico primer mandatario de los Estados Unidos un buen hotelero, en la acepción más noble de la palabra. Confieso que había algo que me sonaba a hueco cuando Trump presumía de ser un infalible y poderoso propietario de grandes hoteles. En realidad Donald Trump representaba todo lo que los grandes hoteleros de la historia siempre aborrecieron. Escribí su nombre por primera vez hace ya unos cuantos años en una historia que publiqué en una conocida revista turística andaluza sobre el famoso Hotel Plaza de Nueva York. Me permito copiar para ustedes aquel párrafo: «En julio de 1988 un nuevo propietario aterrizó en el Plaza: el empresario inmobiliario Donald Trump. Pagó 390 millones de dólares por The Plaza. Los problemas financieros de las empresas de Trump le obligaron a poner en venta ese importante activo, por el que el empresario tenía un apasionado interés personal. En 1999 los nuevos propietarios - el grupo israelí Elad Properties y los saudíes de Kingdom Holdings - encomendaron la gestión del hotel al grupo hotelero Fairmont Hotels and Resorts. Hasta el día de hoy, los ejecutivos de esta experimentada empresa, especializada en alta gestión hotelera, son los operadores del Plaza.».

Creo que tanto los empleados como los clientes del Plaza de Nueva York, fundado en 1907 y uno de los más grandes hoteles de este planeta, tuvieron mucha suerte. Es obvio que salieron ganando...