La oración del musulmán es un acto pacífico que únicamente denota conciencia de Dios. A mí no me ofende un musulmán orando. Distintas son otro tipo de respuestas que brotan de sectores enraizados en el odio y las bombas caseras. Interpretaciones incorrectas de lo religioso a las que han sucumbido muchísimas civilizaciones, también la nuestra, a lo largo de la historia. En estos días, Málaga se ha alzado como la capital del Ramadán en Andalucía. No en vano, leo en prensa que la ciudad acoge la segunda mezquita más grande de España, y Fuengirola la tercera. Sin fanfarria, sin polémica, como ejemplo de tolerancia y multiculturalidad. Porque rezar en Ramadán no es algo que tenga que inquietar a nadie. Tampoco si se hace en un lugar público como lo es la plaza del Triunfo de Granada, por ejemplo. Aunque allí sí que ha brotado el acuse de hipotéticas ofensas a los cristianos y a la Virgen por parte de algunos grupos. Y ello a pesar de que aquella explanada no es, ni mucho menos, un templo cristiano. Es una plaza pública. Es de la sociedad, es de todos. Que se escandalice quien quiera, no creo que sea la Virgen del Triunfo la que se sienta molesta. Aunque otros muchos sí. Pero es que pretender buscar en Granada un lugar público con asepsia religiosa me parece de locos. Aunque claro, en estos tiempos donde el dolor es tan palpable, es fácil caer en la inercia de querer ver sombras en un acto donde no las hay. Y es que, hoy por hoy, generalizar sobre estos temas es más peligroso que nunca. Porque nos estamos jugando el tipo, lo que realmente somos. Precisamente ahora, en este tiempo hostil, propicio al odio, es cuando hay que saber calibrar los gestos personales, públicos, políticos y religiosos en su justa medida. Distinguir el islam del terrorismo, como también distinguimos al catolicismo de sus leyendas negras. No somos nosotros contra ellos, somos todos contra el terror. Ése es el mensaje que hay que transmitir. Le pese a quien le pese, la multiculturalidad está arraigada en nuestro país, si bien el problema podría radicar en que, socialmente, parece tener más fuerza la sombra de los Reyes Católicos que la de Alfonso X. En cualquier caso, no sólo es cuestión de tradiciones, sino también de normativa. No lo digo yo. Así lo dispone el derecho a la libertad religiosa que consagra nuestra Constitución y que, entre otras cosas, comprende el de poder expresar dicha religiosidad de manera pública. Al que no le guste, que la cambie con las mayorías parlamentarias que precise. Por otro lado, los espacios públicos, esto es así, no se pueden acotar a las bravas con argumentos populistas de que lo nuestro es nuestro y para tradiciones las mías. O aquella otra melodía de que allí nosotros no podemos y ellos aquí sí. Como si fueran los criterios de reciprocidad los que tuvieran que definirnos. Por mi parte, espero ser algo más que una respuesta opositora. Algo más que un ojo por ojo. Y ojalá mis hijos sigan jugando en la plaza con sus compañeros musulmanes por muchos años. Yo, nosotros, somos lo que somos por un convencimiento racional del bien que queremos para nuestra sociedad y para nosotros mismos, y no esa suerte de contraposición que nace como respuesta violenta frente al hecho de que, en tal o cual sitio, se nos trata de tal o cual manera. Apunten también que, en el reciente incendio de Londres, fueron los musulmanes quienes, por estar de vigilia en pleno Ramadán, dieron la voz de alarma y lideraron las primeras ayudas a los vecinos que dormían. Por lo demás, para concluir, sepan que quien les escribe estas letras ha pasado estancias en Marruecos, y me han acogido en sus hogares familias cuya pobreza había tocado suelo y otras situadas en los más altos estratos de la sociedad marroquí. En ambos casos me hicieron sentir como en casa. Eso también es islam, entre otras cosas. Y he vivido en los conventos franciscanos de Rabat y Casablanca, y en la Catedral de Tánger. Y he celebrado la Eucaristía sin problemas. Cada domingo. A puertas abiertas. Porque allí también hay iglesias. Iglesias católicas. Que lo sepan. Por si les dicen lo contrario.