Una heladería. Rue de Dunkerque, París. Anteayer, doce de la mañana. Un matrimonio y sus tres zagalas, españoles, disfrutan del aire acondicionado y de sus copas de helado. Fuera 31º. Demasiados grados para esta hora en estos lares en esta época. Demasiados grados para cualquier hora en estos lares en cualquier época. Una de las zagalas llama la atención de la familia:

-¡Jo, cómo está el negro...! -miraba a un señor negro que era el modelo típico del señor negro que todos los blancos envidiamos.

-¿De quién hablas? -intervino el padre.

-Del estupendísimo negro del jersey verde, papá -contestó la joven.

-Se dice hombre de color, cariño. Negro no es políticamente correcto... -matizó el padre.

-¿Y de qué color es ese hombre de color, papi...?

-Negro, es negro... -contestó el padre.

-¿Y...? -preguntó la joven con tono sobrado de autoridad, mientras su padre, descolocado, arremetía compulsivamente contra su copa de helado.

¿Qué diferencia habrá entre ser políticamente correcto y ser educado, en el sentido extenso del concepto? ¿Cómo explicársela a una joven a la que la palabra filosofía seguro que le suena a barbarismo en boca de un disléxico? ¿Qué rondaría por la cabeza del controWertido exministro de Educación aquel día de autos, cuando, so pretexto de «para lo que sirve», sacó la filosofía de su malparida Lomce, a base de golpes con el martillo del mal talante democrático sobre el cincel de la mayoría pseudoabsolutista. Se lo ruego, don Ignacio, por favor, no abandone París; no tenga prisa por volver a casa, disfrute, relájese y descanse, que por muy caro que nos cueste su parisinidad a los españoles y «a los catalanes que hay que españolizar», más caras nos costaron sus doctrinales ocurrencias cuando lo tuvimos peligrosamente cerca.

El concepto ´políticamente correcto´ es propio del maniqueísmo en estado puro y, por lo tanto, de absolutismos del tipo ´conmigo o contra mí´. El maniqueísmo, que es dualista, no entiende de grados y predica una fe que invalida a todas las demás. O sea, o dioses o diablos. O correctos o incorrectos. Lo políticamente correcto tiene más que ver con la petite politique de nuestros tiempos, que con la polis de la antigua Grecia que le prestó su raíz lingüística. Es como si alguien que no tenía nada mejor que hacer, un día decidió que ser homosexual no es lo políticamente correcto para ser expresado, sino que lo idóneo es ser uranista, porque el uranismo es más presentable ante el mundo que la homosexualidad (!?). Y que tampoco es políticamente apropiado ser sordomudo, sino que lo suyo es ser hipoacúsico bilateral prelocutivo, que mola más. El concepto emigrante también le pareció políticamente feo, en este caso a la exótica ministra Fátima Báñez, que defiende que los españoles no tenemos permiso para emigrar y que la Virgen del Rocío vería más políticamente correcto que en su lugar practicáramos la movilidad exterior. ¡Viva la Virgen del Rocío...!

El denominado sexismo lingüístico es un protagonista principal en el alocado mundo de la corrección y la incorrección política. El lenguaje discriminatorio por ninguneo de género, dicen, es poco menos que un crimen de lesa humanidad, que, si no andamos listos, terminara intoxicándonos con palabros como policio, telefonisto, masajisto, dentisto, periodisto, deportisto, turisto... Y, a propósito de los turistos y turistas:

El turismo, como actividad profesional y como sector, tampoco escapa al error pandémico de lo políticamente correcto, aunque, en su caso, lo manifiesta de diferente manera. Véase, si no, por ejemplo, cómo nuestro consejero Fernández Hernández -hombre de buenas intenciones, estoy absolutamente convencido-, sigue atado al provecto mantra de la cantidad para transmitirlo. Ya lo he escrito otras veces: alguien lo aconseja mal, consejero. El número de turistas, de acciones, de segmentos, de mercados, de kilómetros... no es el mantra. El mantra universal del turismo es ´Om´. O sea, innovaciom..., diversificaciom..., imaginaciom..., diferenciaciom... y de esto andamos últimamente cortitos, excepto en lo atinente a las nuevas tecnologías, quizá, pero innovar con mayúsculas no trata solo de eso. Falta brillantez. Y parece que donde más falta es justamente donde más debiera sobrar. Hace tiempo que la Sala de Guerra de la estrategia turística, que es donde se ganan las batallas turísticas, no está a la altura de los impulsos del mercado, y eso, con todo respeto, consejero, bien merecería que usted le echara un atento vistazo con sus gafas de ver puestas.