Es bien cierto que el arte de la oratoria se está desvaneciendo y buena prueba de ello es el Parlamento donde raro es el diputado que no lee sus discursos. Pero la novedad más espectacular se ha producido en el mundo de las conferencias de las que vivimos una buena porción de pelmazos. Preciso es recordar, con Ramón Gómez de la Serna, que el grito de hambre más digno que puede dar el hombre es la conferencia. Él vivía de ellas y de las limosnas que los directores de periódicos le daban a cambio de un articulillo. Sin ejercer Ramón esta mendicidad, el final de su ´Automoribundia´ se hubiera precipitado. Yo advertí el cambio que estaba teniendo lugar cuando, en mis viajes por España vendiendo la mercancía jurídica, me empezaron a hacer preguntas enigmáticas del tipo de «¿usará usted transparencias?» Recuerdo que, por mi buen talante, no me ofendía y por ello me limitaba a contestar: «oiga, ¿usted no cree que eso es propio de señoritas guapas un poco descocadas pero no de un catedrático feo y con muchos trienios en el cuerpo?». Otras veces la pregunta sonaba como un disparo: «¿usará usted cañón?». «Hombre, espero que mis palabras no susciten tanta animosidad como para verme obligado a desencadenar un conflicto bélico». Nunca llegué a saber muy bien qué eran ni las transparencias ni el cañón. También recuerdo que Fernando Savater nos contó en una ocasión a un grupo de amigos que él había empezado a notar su falta de acomodación a los tiempos modernos cuando alguien, que le había invitado a dar una conferencia, le espetó: «¿utilizará usted power point?» a lo que Fernando contestó: «no, yo uso siempre el taxi». En la risotada que provocó en el auditorio fue dónde el conferenciante colocó el momento de su entrada en un mundo conferencil que empezaba a no ser el suyo. Ahora todo esto ha ido a más. Porque ya las conferencias no se llaman así, sino ´presentaciones´. Me imagino que será otra imbecilidad más traducida del inglés por el intonso de guardia pero lo cierto es que quien hace presentaciones acude auxiliado de los más variados cachivaches electrónicos, digitales, etc, a cual más estrambótico y aparatoso. Como suelo acudir a cuerpo gentil a dar mi ´presentación´, sin más auxilio que un escueto papel y un bolígrafo, suelo rechazar el auxilio instrumental que se me ofrece diciendo chulescamente: «no se preocupe, se lo agradezco, pero yo me sé la conferencia que voy a dar». Porque lo que he podido advertir últimamente es que dudo que el conferenciante sepa mantener el discurso con una cierta soltura sin ese apuntador que le viene del arcano de los enigmas tecnológicos pero lo bueno es que los conferenciados tampoco parecen estar en disposición de seguir los razonamientos si no los ven reproducidos en pantallas iluminadas. Todo esto es muy raro pero es lo que se estila. Imagino, y lo quiero comprobar el domingo próximo acudiendo a la misa, que el cura dirá el sermón en el púlpito sin otro guión que el Evangelio del día. O no y a lo mejor, igual que metieron la guitarra eléctrica hace tiempo para hacerse los modernillos, ahora se apoyan en la chuleta que les mete Dios en un power point teológicamente enriquecido. Eugenio d´Ors, que cultivó y defendió muchas cosas nocivas en su vida pero debió de ser un buen conferenciante, cuando le preguntaban si hablaba de forma improvisada o con notas, contestaba: «con notas improvisadas». Pues hoy ni hay notas ni hay improvisación. Todo viene del disco duro del ordenador. Y así sale de pesado.