Fue un heroico ciudadano del mundo, además de un ´ángel salvador´ para aquellos miles de judíos a los que libró de la muerte en las cámaras de gas. Aparentemente era solo un eficiente y amable diplomático al servicio de su país: Suecia. Cerca ya del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, Raoul Wallenberg, el recién incorporado Primer Secretario de la Delegación de Suecia en Budapest, decidió que su irrenunciable obligación moral era enfrentarse a la tiranía y salvar del exterminio a todos los judíos húngaros que pudiera. Víctimas todos ellos, tanto de los nazis como de los matones incontrolados del gobierno fascista de Hungría.

Inventó un salvoconducto ficticio: un pasaporte de protección (Schutzpass), aparentemente emitido por el estado sueco. En los que se confirmaba la supuesta nacionalidad sueca de sus portadores, en su mayoría judíos de Budapest. Era un documento totalmente convincente: con los colores de la bandera sueca, el azul y el amarillo, y una profusión de sellos oficiales sobre un fondo de severas coronas representativas del pacífico Reino de Suecia. Ese montaje jamás hubiera sido posible sin la valiente colaboración de todos y cada uno de los miembros de la Delegación de Suecia. Para albergar y proteger a sus judíos convirtió 31 viviendas de Budapest en sedes de aparentes instituciones culturales suecas, con protección diplomática. Una vez se acercó a un camión lleno de judíos destinados a las cámaras de gas de Auschwitz. De su maletín oficial, en el que estaban estampadas sus iniciales, RW, sacó un puñado de pasaportes que les fue entregando a los prisioneros. Estuvo aquello a punto de costarle la vida, con los disparos de un airado soldado de las SS. En 1945, con la ocupación de Hungría por el Ejército Rojo, surgieron nuevos problemas para aquel joven diplomático. En la primavera de 1945 fue visto por última vez en Budapest. Rodeado por soldados soviéticos y con su maletín lleno de sus pasaportes suecos para unos atribulados refugiados judíos. Según informaron entonces las autoridades rusas, había sido detenido bajo la acusación de espionaje y enviado a la temible Lubianka en Moscú. Tenía entonces 32 años. Ni siquiera en la época del Glasnot, con la apertura de la antigua Unión Soviética, se pudo encontrar el menor rastro de aquel joven y heroico prisionero. Simplemente desapareció para siempre en los oscuros laberintos del sistema carcelario soviético.

Raoul Wallenberg fue nombrado ciudadano de honor en varios países: como Israel, Canadá, Australia o en los Estados Unidos. Su nombre fue honrado como el de un hombre justo y valiente que jamás aceptó la monstruosa barbarie y la crueldad del genocidio. Para Israel fue uno de los 36 ´santos ocultos´ que a través de su torturada historia han ayudado a cada generación de judíos. En parques y lugares públicos de muchos países se levantaron monumentos en su memoria. Generalmente eran muy sencillos, ya que solo consistían en una placa conmemorativa y una reproducción en bronce de su maletín de diplomático. Aunque había un problema: no se sabía la fecha de su muerte. Finalmente las autoridades suecas, de acuerdo con su familia, escogieron una fecha a partir de la cual hubiera sido muy improbable su supervivencia: el 31 de julio de 1952. Así se anunció y así consta en el Registro Civil sueco a partir del pasado 26 de octubre de 2016.

Lo confieso. Admiro desde siempre a Suecia y al ejemplar pueblo sueco. Aunque bastante oxidado por el poco uso, el sueco es uno de los idiomas en los que deseo que mi corazón se exprese. Hoy, 24 de junio es Fiesta Nacional en Suecia. Es el día del Midsommar, el día que celebra el solsticio de verano. Suecia es entonces lo más cercano al paraíso. La luz solar está presente durante casi toda la jornada. Iluminando a ese pueblo que, a través de sus virtudes nos recuerda que la esperanza es posible y que no todo es fanatismo, violencia, codicia o simplemente basura.