Ha vencido la tentación de las purgas. De la única manera posible, es decir, ejecutándolas. Sin admoniciones chusqueras y sañudas, pero con pulso de plomo. Y en esto, hay que reconocerlo, nadie puede culparle. A excepción de los insepultos, de las momias, de los barones. El PSOE se reinventa. Y recupera lo que los raperos llaman el flow, la libido de ir contracorriente, que mira que se lo han puesto fácil. Desde los tiempos de la transición, pocas cosas excitan tanto a los militantes socialistas que el hecho de discutirle al resto del rojerío, y en especial al PC, la carta y la hibris de la navegación utópica. A diferencia del PP, que pasa del espíritu, los sociatas son un pueblo romántico. Y Susana Díaz ha tenido la virtud, por defecto, de reconciliarlos con su historia. Ya la gomina y los Botín y el beaterío se ven sin tanto complejo; he ahí el mérito de la prensa clueca, de los editoriales: conseguir que Pedro Sánchez pase para sus huestes como una dulcificación con colmillo de Ché Guevara. Tiene la cosa mandanga, pero se pone interesante. No sabía el PSOE, después del tic tac, que podía llegar a verse en una de estas. Me lo comentaba un amigo: «Para mí que esta gente lo ha hecho adrede. Que esto es como el wrestling, que en el fondo se llevan bien, pura simulación y campaña de márketing para crear un héroe».

Una teoría de la conspiración conmovedora, pero que se deshace al descender del campanario y en el contacto rabelesiano con las sedes. Lo bueno de mirar al hombre y no a la hojarasca es que te llegan voces de todas partes. Mi querido Fachín, que es ingeniero supremo alrededor del mundo y gana casi tanto como Messi, exponía su versión de los hechos en uno de nuestros irrigadísimos aquelarres: «Los de izquierdas y los artistas sois más de Federer. Os va la estética. Nosotros seguimos con Nadal, con el resultadismo, ganar a toda costa». Con dos cojones. La batalla electoral no es tan plana. Depende, como el Oriente de Wilde, de un estado de ánimo. Sánchez ha hecho lo que decía don Juan Filloy de la literatura de Borges: "Escribe bastante bien, pero le falta calle. En Borges no hay coito, no hay sangre". Susana, sin pretenderlo, ha orquestado el milagro, la transacción: un pacto emocional, una sintonía de balada, es el arma, dada la indolencia frente a la corrupción, que le queda a la izquierda.

Inhumar la resignación, echar a jugar el latido, a Hernando. La clásica vis del gauchismo: tres aplausos de la hinchada, una muestra pública más de que a algunos todavía les parezca un chiste o una humillación que la mujer destaque más que el hombre, un poco de cóctel de consigna y finalmente asoma la providencia.

El votante del PSOE tiene su propia prosa: se hace más con el corazón y con la canción de autor que con los trucos del hampa, con amnistías fiscales. Susana Díaz salvó al partido a la flamenca, como los romanos a Asterix, como canal Fiesta Radio a la música, provocando la reacción, estando a punto de matarlo.