Andamos inmersos en un mundo de sólida y rocosa pestilencia política; un mundo líquido en el que la solidaridad informe va de grieta en grieta hasta los albañales del infierno, que para muchos parece ser el sitio de la solidaridad; un mundo gaseoso y etéreo, como debe ser, porque etéreas y gaseosas son las promesas políticas y los porvenires ciudadanos, que sabe Dios si cualquier día o cualquier noche de San Juan acabarán llegando.

Por cierto, qué curioso es el puntito espiritoso y divertido de la Noche de San Juan que cada año viene para convertirnos en faquires del fuego y de la catarsis. Y cómo nos divierten las brasas que todo lo purifican. Casi tanto como mi sobrino se divertía con una linterna cuando era un niño. Lo de mi sobrino y la linterna fue en otra época, claro. Entonces la política de hoy solo apuntaba maneras. Después, durante un tiempo, los sobresaltos políticos desaparecieron..., dentro del armario de la política disimulada, creo. O, no sé, quizá fue dentro de un armario en forma de simulación. En fin, fuera como fuera el trabalenguas y el armario aquel, da igual... Doña Mari Loli seguro que lo sabe. Hoy, toda la política que entonces apuntaba maneras, está fuera de sus particulares armarios, pero aún no se atreve con lo del Día del Orgullo, del orgullo político, quiero decir. Quizá, porque no exista. El orgullo, claro. Vete tú a saber...

Pensar en política en verano acalora más la indignación y enfría más la credibilidad política. De hecho, visto lo visto, el día veintiuno de junio decidí celebrar la entrada del verano apagando todos los aires acondicionados que me rodean. Ahora las distintas estancias de mi casa, del despacho y del coche las tengo abarrotadas de credibilidad política enfriada. Toda prestada, porque la que me acompañó toda la vida, primero, me congeló, y, después, me abandonó para siempre.

-¿Cómo lleva la credibilidad en los políticos, amigo...? -pregunto a todo con el que me tropiezo.

Si me dice que fría, que es lo más habitual, se la arrebato, del tirón... Habrá quien no se lo crea, pero en estos momentos, además del aire acondicionado he desenchufado el frigorífico y el congelador. Ahora, gracias a la fría credibilidad en los políticos, mi frigorífico es una fresquera que mantiene los 6ºC sin altibajos, y mi congelador un ultracongelador que mantiene los -20ºC sin oscilaciones. Ambos desenchufados y a costo cero. Tal vez, lo de nuestra tribu política no sea otra cosa más que el incomprendido y desinteresado savoir-faire de nuestros bienintencionados próceres, basado en una estrategia eficiente para abaratar el costo del consumo eléctrico de los ciudadanos españoles durante los meses estivales. Quién sabe... ¡Jo, de repente, me ha parecido escuchar una pedorreta..., pero, no, aquí no hay nadie más que yo, y yo no he sido! ¡Qué misterio, tú!

Desde que, por casualidad, di con lo de las capacidades de frío que tiene la actual credibilidad política, ando experimentando y estoy a punto de confirmar algo que será un bombazo:

Por un lado, estoy a pocos pasos de demostrar que la credibilidad política enfriada se retroalimenta y tiende a enfriarse hasta el infinito. Y, por otro, que la capacidad física de la credibilidad política enfriada, podría solucionar con diligencia y con solución de continuidad sine die el problema del calentamiento global del planeta.

Si mis experimentos lo verifican, bastará con que nuestros actores de la política local, provincial, autonómica y nacional del Estado se dividan en dos grupos, y que cada uno se desplace a uno de los polos geográficos terráqueos y se mantenga allí de agosto a enero. La capacidad de enfriar el medio de la que gozan sus credibilidades afectará al entorno, y la naturaleza obrará. Y, mientras eso ocurre, nosotros nos libraremos de sobresaltos, payasadas y bravuconerías, y de los trabucaires de pacotilla y los salteadores de cajas, cajones y cajoncillos que tanto bochorno nos traen.

En verano, mientras ellos estén allí, hasta que los polos se pongan las pilas, quizá tengamos que reconectar nuestros aires acondicionados, neveras y congeladores, pero, como, al tenerlos lejos, nuestra indignación no estará tan acalorada, es probable que no tengamos que hacerlo más de media horita cada día.

Lo que queda por probar es si esta medida en unos años no contribuiría al enfriamiento global del planeta...

En fin, ya veremos...