En esta última semana de junio en Málaga, recién bautizada por un verano tórrido y entreverada por el peculiar abrazo del terral, se vienen a concitar, aún más si cabe, los llamados elementos aristotélicos, conjunto de factores de la teoría física con la que el filósofo griego interpretaba la composición de la materia. Éstos son los cuatro elementos clásicos: tierra, agua, aire y fuego, los cuales configuraban toda la sustancia terrenal para el egregio sabio; más el llamado éter o ´quintaesencia´ tan sólo presente en el espacio y los cuerpos celestes.

Pues bien, si realizamos una sucinta observación de estos fundamentos y los equiparamos a lo sucedido -y por acontecer en estas datas- podemos entrever el sincretismo de los mismos en esta provincia identificada por su quimera climática. Así, el fuego se muestra desventuradamente muy vivo, a los incendios forestales me refiero, los cuales están afectando de forma tremebunda, como cada anuario, ante la impotencia más asfixiante: Benahavís, Alozaina, Casarabonela, Campanillas, Santa Rosalía... El componente aire surca con fuertes rachas de viento nuestro litoral, activando el aviso amarillo por fenómenos costeros. Si aludimos al factor tierra, se abre el período estival con una prealerta por sequía, perjuicio alimentado por la falta de infraestructuras prometidas desde el inicio de esta década. Desolador.

El pensador presocrático Tales de Mileto fue el primero en proponer el agua como primer elemento y principio de todas las cosas. Este bien esencial para la supervivencia y el desarrollo urge de un Pacto del Agua que dé garantías a la ciudadanía y evite reavivar las contiendas por su escasez. Pensemos en el proverbio del nativo americano: «No heredamos la tierra de nuestros ancestros, la tomamos prestada de nuestros hijos».