Decía Don Jaime de Mora que de todos los títulos que le adornan, el que más orgullo le producía es el de Don, porque se lo había puesto la gente. Pues a Don Jose Ramón Talero le pasa algo parecido, que los miles de estudiantes que hemos pasado por su aula le hemos puesto un Don imborrable, eterno y merecido.

Don Jose Ramón fue mi tutor y profesor de ciencias naturales en 4º de EGB, y aun recuerdo como si fuera ayer las novedades que aquél hombre nos regaló. Ornitólogo de vocación, nos trajo canarios a clase para mostrarnos la belleza de su canto y la delicadeza de su cuidado. También nos enseñó a plantar tomates, a criar una cobaya entre todos, incluso a hacer yogur partiendo del hongo kéfir, y un sinfín de cosas apasionantes, pero si algo nos enseñó, algo que realmente quedó para siempre, fue el amor por el trabajo bien hecho y la vocación profesional a través del servicio a los demás. En aquél momento no éramos conscientes de la profundidad de sus palabras, ni de la huella que dejaría su ejemplo. Éramos niños, pero hoy, pasado el tiempo, he de reconocer que no fue un profesor, fue un auténtico maestro.

Don José Ramón acaba de jubilarse, y las nuevas generaciones le han brindado una gran y sentida despedida que ha sido recogida en un vídeo. Ese colegio en el que aprendí a jugar al futbol, a leer, y en el que hice una amistad indeleble que me cuida desde el cielo, poco se parece ya al que este profesor recorrió en su último día rodeado por todos los profesores y alumnos entre aplausos y abrazos. En su último día, como digo, inició un laberinto de pasillos y aulas repletas de niños y mayores que mostraban su respeto al verlo aparecer, sonriéndole, tocándole el hombro o, simplemente, inclinando la cabeza para darle humildemente las gracias en silencio. Gracias por ser, por estar y por parecer.

Ese pasillo es el recorrido de toda una vida que comenzó en su Andújar natal. Empieza un tanto oscuro y tortuoso, pero a cada metro va ganando luz y amplitud, la sorpresa da paso a la emoción y acaba en un patio de colegio atestado de niños que corean su nombre al unísono. La música acaba y en los labios nerviosos de Don José Ramón puede adivinarse un tímido bueno. Es lo que el maestro acierta a decir, bueno. No dice más, tampoco es necesario. Porque Don Jose Ramón nunca fue de hacerse notar, sino más bien de hacerse tranquilamente fuerte en su mundo y no torcerse en un empeño que le llevaría toda una existencia, una trayectoria lineal y serena que hoy tengo el honor de compartir con todos ustedes.

Don Jose Ramón se jubila, pero no se va. Su pasión por la escritura, por no morderse la lengua y por hacer de éste un lugar mejor le ha llevado a escribir tres libros y cientos de artículos. Ahora gana tiempo para él, para seguir tecleando mientras goza de la presencia de sus dos hijos y una esposa por los que luchó con uñas y dientes. Retomará el contacto con cientos de antiguos alumnos, reconocerá en cada uno de nosotros algo de él, y entenderá que ese pasillo del último día hubiera sido infinito de haber asistido todas las promociones. A estas alturas de mi columna ya sabrán ustedes que el maestro ha plantado árboles, ha tenido descendencia, y ha escrito libros, es decir, ha cumplido con las tres obligaciones vitales que decía el sabio. Pero eso no le hace especial, no le hace digno de mención. Lo que hace que hoy les hable del Sr. Talero Islán es mucho más simple, y no es más que el deseo de hacer un poco más inmortal la labor callada y fértil de un docente que supo tocarnos el corazón, abrirnos los ojos, moldear nuestras mentes y prepararnos para un mundo nuevo por desconocido.

Mucho se habla de falsos ídolos, de una meritocracia arrinconada, del consumo banal de información estéril y de unos tiempos convulsos sin formas ni valores. Pues yo les digo que hay un hombre que a través de la formación y la cultura ha batallado incansablemente por crear oleadas de jóvenes que sepan discernir la verdad de la mentira, que sean consecuentes, valientes, y que, por encima de todo, sean buenas personas y actúen siempre en conciencia al luchar por lo que desean. Ese hombre es un buen hombre, y siempre tendrá un Don delante de su nombre. Se llama Don Jose Ramón Talero Islán, y sí, fue mi maestro.