Ya saben ustedes por De Gaulle que es sumamente difícil gobernar un país que tiene 800 tipos de quesos. Eso, Francia. Pues no les digo nada España, que llena de republicanotes y cantonalistas tiene nada menos que dos reyes. Bueno, tres con el de la baraja. Uno de ellos, el más viejo, Juan Carlos I, tiene un cabreo grande por no haber asistido a la conmemoración en las Cortes de las elecciones del 77, primeras de la democracia actual. Estamos ante un real enfado y con toda la razón. Enfado porque no lo han dejado asistir. No por no haber sido invitado. Sí estaba prevista su asistencia, de hecho su protagonismo (para otros la discusión sobre si muy acertado o acertadillo o qué) fue fundamental en esos años. Es del todo incomprensible que asistan los diputados de aquella época, personalidades de todo tipo, grandes cargos del Estado, señoras encopetadas, antisistemas, hijos de notables, el hijo de Suárez y la nieta de la Pasionaria y el sursum corda y no el Rey de entonces. Bueno, y de ahora. Aunque sea emérito. El País lo contaba anoche. Y daba cuenta también de las peregrinas explicaciones basadas en absurdos reglamentos protocolarios que daba la Casa Real.

Ya uno ayer con el gazpacho cuando se puso el casco para ver el Telediario (y el bañador, porque en estas fechas el Telediario es sobre todo mire, mire, que hace mucho calor y no veas el calor que hace y más donde hace calor). Pues ya entonces, decimos, nos extrañó sobremanera (sobremanera es la manera en la que nos extrañamos los articulistas. La gente normal se extraña un taco) no ver al Rey. Al emérito. O, mejor dicho, ver que el Rey, el de toda la vida, no estaba.

Yo, que soy mal pensado porque el mundo me ha hecho así, cavilé acerca del hecho nada improbable de que don Juan Carlos estuviera de vacaciones o en un almuerzo inaplazable en algún punto de España o navegando por mar o internet. En efecto, había estado en Sanxenxo (los hay que viven como reyes) pero ya había vuelto y tenía previsto asistir a tal cita. Diversas fuentes fueron informando ayer de que el ninguneado vio un rato por televisión el evento y comentó a sus allegados la desazón que lo invadía. Da pena. La verdad. A saber quién tiene celos de que él y la Reina asistan. O quién lo quiere esconder. El rey Juan Carlos ha hecho muchas torpezas y encarna a una institución anacrónica que con prontitud y raciocinio habrá de ser abolida, pero fue una figura de consenso. De las que no estamos sobrados. Sólo emerge lo que nos desgaja y separa. Lo centrífugo. Algunos que acerca de nuestra historia nos la quieren dar con queso.