Al leer que el cadáver de Dalí será exhumado, para una prueba de paternidad, busco en internet la reseña de su entierro, en 1989, bajo la cúpula del Teatro-Museo de Figueres, que constituyó un evento cosmopolita y con relieve ecuménico. La exhumación será menos gloriosa: casi secreta, sórdida en lo estético, tal vez azarosa en lo físico y rodeada de ese tono cansino, gris y vetusto de todo lo forense. No habrá humor siquiera, ni ingenio, ni tal vez posibilidad, para construir con las imágenes de los dos sucesos, o sea, el evento y el anti-evento, enfrentados a modo de diálogo imposible, una instalación artística. Si, pese a las dificultades y la posible falta de voluntad, llegara a hacerse, yo le daría un tono minimalista, despojado de cualquier propósito vindicativo o moralizante. En fin, lo que quiero decir (y se que es pedir mucho) es que el desentierro del genial Dalí merecería algo más que un acta.