Los grupos políticos en el Ayuntamiento de Málaga trataban el otro día de consensuar, para llevar a pleno, una moción sobre los mosquitos. La consensuaron. Pero si los mosquitos picaran a los concejales, el consenso habría llegado antes.

Los mosquitos asaetean a la ciudadanía de Guadalmar y Parque Litoral y el Carpena y más allá y otras zonas de la ciudad. Villa Rosa y la Ciudad del Motor, también. Eran tigres pero se discutían si eran galgos o podencos. Luego no eran tigres y como la zona donde había más larvas era la desembocadura del Guadalhorce, ahí andaban Junta y Ayuntamiento discutiendo acerca de quién tenía las competencias. Lo cierto es que las pernoctaciones de mosquitos en tan codiciado destino turístico no tienden a cero. La Costa de los mosquitos. Los vendedores de insecticidas hacen su junio a la espera de agosto. La gente abre las ventanas por la noche y además del terral entran estos simpáticos seres alados a chuparnos la sangre. Los mosquitos invaden la política municipal igual que en otra época la copó el picudo rojo. Aquí nos tomamos muy en serio a los bichos. Les tenemos tanto respeto que no acabamos con ellos. Cualquier día uno, el jefe o el más espabilado, se presenta a concejal y tenemos un representantes del Grupo Municipal de los Mosquitos y Bichejos, que lo mismo acababan pidiendo viviendas sociales y un parque y columpios, la declaración de Málaga como destino amigo de los mosquitos y libre de insecticidas.

El equipo de Gobierno declara que su lucha contra los mosquitos es denodada, pero es la oposición la que tiene la mosca detrás de la oreja. Los mosquitos mueren entre aplausos, dijo Woody Allen. En la moción se dice que hay que copiar la estrategia de lugares como Huelva, es decir, echarle dinero a la cosa y que la batalla no se ciña a unos momentos del año y sí que se emplee toda la artillería posible contra las larvas. De hecho, y como recoge la moción, la Diputación de esa provincia (luego hay quien niega la utilidad a las diputaciones) cuenta con un «centro de control» pionero en el uso de bacterias para matar las larvas. El programa comienza a aplicarse cada año en marzo y se realizan 16 tratamientos larvicidas cada temporada, el ámbito de actuación abarca 140.000 hectáreas y cuenta con 2,5 millones de euros cada año. Joder que de pasta.

Pero bueno, mejor matar larvas, piense que cargarse un mosquito puede ser acabar con alguien que lleva su sangre. Aquí lo caro es el consenso. Pero lo caro, de querido, es la discusión. La desafección política es un tipo lleno de picaduras que ya no se cree nada. Y no puede pegar ojo. Aplausos.