La exagerada conmemoración del cuarenta aniversario de las elecciones de 1977, que ni siquiera responde a las clásicas bodas de plata y de oro, refleja el pánico al actual panorama electoral. Por no hablar de que la efemérides de cuatro décadas arrastra el sambenito de la duración del franquismo. La ausencia en la celebración parlamentaria del entonces Jefe del Estado no solo induce al estupor, sino que obliga a recordar que Juan Carlos de Borbón sigue vivo y presente en las páginas del Boletín Oficial de ¡Hola! El autoencumbramiento de la clase política no mejorará su pésima valoración entre la ciudadanía. Felipe VI destacó que solo tenía nueve años en la primera cita democrática con las urnas. Quienes por desgracia superaban esa edad, no recuerdan obligatoriamente el entorno paradisiaco de cesiones mutuas y diálogo ayer ensalzado. Resulta curioso que cuando Felipe VI destaca que «fuera de la ley solo hay arbitrariedad, imposición e inseguridad», todos los ojos se dirijan hacia el referéndum ilegal sobre la independencia de Cataluña, que solo preocupa al 1,5 por ciento de los españoles según el CIS gubernamental. Dado que la defensa de la legalidad fue realizada en abstracto por el Rey, parece más lógico que criticara la flagrante ilegalidad de la ley de amnistía fiscal del PP, denunciada por una sentencia del Tribunal Constitucional que Rajoy califica de «juicio de valor». Por cierto, la corrupción amparada por el perdón de los tributos preocupa al 70 por cien de los encuestados. El Rey solo puede hablar de lo que quieren que hable sus peligrosos defensores, han secuestrado su discurso. Sus citas más actuales fueron Castelar y Machado, ambos fallecidos hace cuarenta años y como si la España posterior no contara con un Miquel Barceló, un Almodóvar o un Ferran Adrià. El parlamento regio se centró en el 1977, aunque la nostalgia fue un error. Puestos a comparar, la situación de Juan Carlos I aquel año era tan peliaguda como la de Felipe VI hoy. Uno de ellos ya triunfó ante los pronósticos adversos.