Al evocar el paisaje desolador tras el incendio que ha acabado con miles de animales, árboles y plantas, Miguel Delibes, presidente del Consejo de Participación de Doñana, ha condensado el sentimiento de tristeza en el entorno como «una enorme tragedia a efectos ecológicos, culturales y sentimentales».

La conjunción de la suerte (una mejora puntual de las condiciones meteorológicas favorables para la extinción) con el trabajo a destajo, de medio millar de personas que ha luchado cuatro días sin descanso para detener las llamas, con el apoyo de vehículos de extinción y medios aéreos, ha salvado el Parque Nacional de Doñana.

Juan Carlos del Olmo, bienquisto ecologista y secretario general de WWF España lleva tiempo clamando ante la situación del entorno de Doñana. Sus palabras, serenas, destilan un reproche preciso.

«Doñana juega con fuego desde hace muchos años, pues está rodeada de circunstancias ilegales. Es un caos en cuanto a ordenación y está ocupada por cultivos de fresa (legales e ilegales) que llenan el monte público, casas de temporeros, tomas eléctricas para pozos ilegales, cables y tendidos eléctricos. Los ayuntamientos y las administraciones que ahora lamentan lo sucedido, llevan años 'mirando hacia otro lado', mientras se producen estas irregularidades».

Y el responsable de bosques de Greenpeace, Miguel Ángel Soto, lamenta la sempiterna falta de ordenación del territorio en España: «Hacen falta medidas de autoprotección en los municipios y planificación para evitar que el fuego alcance urbanizaciones y viviendas».

En esta ocasión, el fuego, muy virulento, venía acompañado de una nube densa de humo que cargaba sobre la atmósfera y con fuerte olor a quemado. Por si faltase algo, un viento errático soplaba a rachas con fuerza. El resultado, pinares calcinados y estructuras de invernaderos, dedicados en gran parte a la fresa, reducidos a herrumbre y chatarra.

El carácter explosivo del incendio exhibía un comportamiento descontrolado y fuera de las capacidades de extinción por tierra. Esto dificultaba acercarse a realizar descargas de agua en los frentes activos, debido a la ceniza y a la gigantesca columna de humo que predominaba en todo el entorno. Pero el fuego fue extinguido (8486 hectáreas calcinadas) con la destreza y eficacia a la que acostumbran los españoles en las grandes ocasiones.

Aún se desconoce una cuestión esencial: la autoría. Los indicios apuntan a que el fuego se habría iniciado en una empresa productora de carbón vegetal ¿cómo estaba una carbonera, en medio del bosque, haciendo carbón en un día de máximo calor y viento? ¿tenía medidas de protección adecuadas -cortafuegos, etc- para evitar un fuego como este? Falta el informe definitivo y será complicado probarlo aunque no va a resultar fácil. Lo que está claro es que esto confirma los temores manifestados: en el entorno de Doñana abundan actividades de riesgo sin control.

La presidenta de la Junta de Andalucía no ha sido complaciente: «Vamos a llegar al límite para saber qué ha pasado aquí y por qué se ha producido este incendio y no se va a permitir que se recalifique ni un solo metro incendiado en el entorno de Doñana». A merced de los lectores queda el juicio que les pueda evocar el castigo que el Código Penal (artículos 352 y 358) reserva a los incendios forestales: un máximo de cinco años de cárcel y 20 si se pone en riesgo la vida de personas. Si hubiese imprudencia grave, la pena a imponer se rebaja a la mitad.

Cada verano, al tiempo que el fuego se pavonea por la geografía española, asistimos al cansino lamento sobre penas, daños y el misterio de los pirómanos. Hasta que en el arranque de los noticieros en televisión y en las portadas de los medios no aparezca la foto de cuerpo entero de los causantes de las tragedias, no se producirán avances disuasorios.

El operativo de extinción desplegado estaba compuesto por: INFOCA, (Dispositivo para la Prevención y Extinción de Incendios Forestales de Andalucía, dependiente de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta, aportó 250 personas, 18 autobombas, 5 aviones carga en tierra y dos de coordinación, 6 helicópteros de extinción y 2 de transporte), Guardia Civil, Unidad Militar de Emergencias, (245 soldados y 74 vehículos. 5 aviones apagafuegos, un helicóptero, 16 vehículos pesados de extinción y un dron de observación), Ministerio de Medio Ambiente que aportó 7 aviones apagafuegos, tres helicópteros pesados KAMOV y tres helicópteros medios, policías locales de los municipios afectados Moguer y Almonte (que han jugado un papel admirable en el desalojo y realojo de los desplazados), policía nacional adscrita a Andalucía, bomberos de la Diputación y Ayuntamiento de Huelva, el 112 de Andalucía, y la empresa pública que gestiona las emergencias en el campo). El objetivo de este operativo se centraba en evitar bajas humanas y evitar que los tres frentes del incendio alcanzaran el corazón de Doñana, pues solo una carretera separaba las llamas del Parque Nacional.

No ha habido que lamentar vidas humanas y se han minimizado los daños materiales. Entre las lecciones extraídas de la tragedia ecológica, se ha materializado el espíritu del Sistema Nacional de Protección Civil Español, donde las capacidades se complementan y se puede hacer frente a una gran emergencia, como ésta. Porque el trabajo, «como un solo equipo», de todas las Administraciones Públicas en los cuatro días de temperaturas extremas en los que, codo con codo, se ha trabajado, ha sido decisivo en el desenlace.

Una vez más, valores tan españoles, como la solidaridad y el altruismo, han funcionado. Agricultores facilitaron sus tractores, gradas y cubas de agua para contribuir en zonas no peligrosas a las labores del dispositivo y un supermercado samaritano repartió gratis, comida y bebida, día y noche, a todo el dispositivo. La UME, cuya rápida solicitud y activación por el general Alcañiz, fue otra de las claves del éxito para resolver la emergencia, se ocupó de llevar a cabo ataques directos e indirectos contra los frentes activos y la perimetración del incendio con unidades terrestres.

España es eficaz apagando incendios, sobre todo los conatos. La mayor parte del presupuesto se va en esto pero durante el año no hay gestión de los montes. No hay políticas para mantener un tejido rural que viva y aproveche el monte y evitar que este se abandone. El país está lleno de bombas incendiarias listas para arder, montes de pinos y eucaliptos plantados hace décadas, abandonados, llenos de combustible -como una gasolinera- que, cuando se dan las condiciones de calor y viento adecuadas, estallan y son fuegos ingobernables. Lo mismo que ha pasado en Portugal.

Con los actuales escenarios de cambio climático, con picos de temperatura y recortes en gestión y prevención (que no en extinción dónde hay una potente industria en marcha) incendios como el de Doñana o Portugal van a ser muy frecuentes e impredecibles. El objetivo debe ser reducir al máximo los conocidos como Grandes Incendios Forestales (GIF) que calcinan más de 500 has y queman más de la mitad de la superficie incendiada cada año. Siempre se repite la misma canción: abandono y falta de gestión, acompañado de calor y viento.

Mientras la política de incendios siga basándose, cómo hace décadas, en la extinción (siendo necesaria) y no en la gestión y prevención seguiremos viendo cada vez incendios más grandes y pavorosos.

A medida que la preocupación iba en aumento, fueron asomando las muestras de solidaridad. Quienes dirigieron las operaciones contra el fuego recibieron llamadas de Cataluña ofreciendo voluntarios y medios aéreos. También, se hicieron presentes voluntarios andaluces que venían de ayudar en el pavoroso incendio de Portugal.

Gestos para el recuerdo y aliento para el optimismo al que apela Delibes, «hay que ver el incendio como una oportunidad para que el espacio vuelva a ser, en un futuro, igual o mejor de lo que era; fue más difícil empezar y levantar Doñana y se hizo y ahora, por supuesto, la vamos a recuperar».

Ahora toca centrarse en que se esclarezcan los hechos, se eliminen las amenazas para que no se repita y un plan ambicioso recupere los hábitat forestales originarios y abandone los monocultivos de pinos. Las llamas no se han comido el Parque Natural. Por suerte, el corazón está a salvo.