Si Jesús Gil hubiera sido americano y no calvo, se habría teñido el pelo de rubio fosforito o rojo provocación. Habría jugado al golf y tenido dos perritos en vez de un caballo llamado Imperioso. Habría poseído sus propios medios de comunicación y no un club de fútbol. Habría patrocinado concursos con mises de alto nivel e incluso se habría casado con alguna, en vez de salir en aquellos programas de Tele 5 y tal y tal (eso sí, también rodeado de jóvenes hermosas, las alegres ´mamachicho´). Quiero decir que si Jesús Gil hubiese sido yanqui habría sido Donald Trump.

Es verdad que Gil no tenía la misma capacidad de presión con el Atlético de Madrid que Trump con el botón rojo del Pentágono. Pero mantuvo su popularidad las cuatro veces que su formación política -acrónimo coincidente con su apellido: Grupo Independiente Liberal, o sea, GIL-ganó las elecciones a la alcaldía de Marbella, desde 1991, al igual que Trump sigue manteniéndola a pesar del penoso despliegue de sí mismo que hace en las redes sociales.

En una deliciosa charla entre el presidente de los empresarios andaluces, Javier González de Lara; la responsable de los empresarios malagueños, Natalia Sánchez, y la secretaria general de Turismo de la Junta de Andalucía, Susana Ibáñez, se planteó que la sociedad civil norteamericana estaba sólidamente conformada, a diferencia aún de la nuestra. La calidad humana y la elevada cualificación de mis tres interlocutores conferían a la conversación mucho interés, además del hecho de que se produjera tras la entrega de los Premios de Turismo Ciudad de Málaga en el cenador de las glicinias del jardín de la Concepción, un puñetero paraíso. Pero ni todas esas bondades me convencieron de que una sociedad que mayoritariamente vota a un Gil como Trump pueda tener acendrada semejante virtud. Y lo mismo se podía decir de aquella sociedad marbellí que reiteró por mayoría la evidente vulgaridad extractiva del gilismo, comicios tras comicios, hasta que la Udyco irrumpió en el Ayuntamiento de Marbella el 29 de marzo de 2006 y detuvo al equipo de gobierno por corrupto. Y es que hay cosas que no se deben apoyar o justificar, por mucho que le vaya bien al dedo con el que señalas el bosque que no deja de arder degradándolo todo a tu alrededor.

A propósito, y ya que el verano da pie al relajo del columnista, Imperioso sobrevivió a su amantísimo dueño un par de años y medio. Murió con 30 años, lo que para un equino es más delo habitual. Era un caballo de pura raza española, como todo lo que cuento, blanco como el caballo de Santiago (que ya ni ´cierra España´ ni se sabe cómo ésta quedará tras el 1 de octubre proclamado por los catalienígenas que han abducido la Generalitat).

Gil adoraba a su caballo: «Hablo algunas noches con él y me da consejos sobre los fichajes y las destituciones», decía. Pero, sobre todo, como un Calígula muy soft y muy cañí, solía contar con admiración que, en su época de semental, Imperioso llegaba a montar 50 yeguas selectas al año. Y tal y tal.