Tengo un amigo que se toma tan en serio a sí mismo que le ha salido bigotito. Una mañana me levanté, me miré en el espejo, me dieron ganas de tomarme muy en serio y acudí veloz a Urgencias. Un médico que se tomaba a sí mismo muy en serio me recetó tomarme la vida en serio, pero un galeno algo más vivales me dijo cuando ya me iba que el sentido del humor es muy importante, así que lo invité a una arroz con camarones que nos sirvió un camarero resalao, de esos que se toman la vida a guasa y tienen más filosofía que Séneca. No un chistoso. Eso es otra cosa.

Tengo un compañero periodista que se toma a sí mismo tan en serio que un día que le encargaron una columna, la escribió y a la jornada siguiente estuvo toda la mañana con un ataque de ansiedad esperando a ver si provocaba una revolución, contenía a unas masas enfervorecidas o derribaba un Gobierno. A mitad de la tarde ya se iba conformando con el comentario en la web de un señor de Valladolid que le recriminaba el mal uso del punto y coma y con tres ´me gusta´ en Facebook. Uno de ellos, todo hay que decirlo, era de un hombre serio, muy serio, que se toma las cosas en serio. A ese, mi médico (el vivales, no el otro) le habría diagnosticado niveles altos de solemnidad y le habría mandado una pastillita para expulsarla. Notaría mejoría con total seguridad. Con total solemnidad, no. Y dejaría de contarle con exhaustividad (¡y solemnidad!) todo lo que le pasa cuando alguien se lo encuentra fortuitamente por la calle y le pregunta ¿cómo estás?

Yo estoy bien. En serio. No descarte el lector que todo lo dicho hasta ahora sea una mera excusa para utilizar la palabra «fortuitamente» y eso que de los adverbios acabados en mente no hay que abusar, lo mismo que no hay que abusar del magro con tomate, del arte barroco o de la adquisición de sillas de montar. Imagínense una casa llena de sillas de montar a caballo, objetos barrocos, ollas de magro y adverbios terminados en mente. Vamos, sería una casa de los horrores. Horrorosamente. Pero como de un horror para tomarlo muy en serio. Claro que, bien mirado, hambre no íbamos a pasar. En fin.

La gente que se toma muy en serio olvida que los tréboles dan suerte, que la poesía cura, que la vida es corta y que la tierra girará, incluso aliviada, cuando ellos ya no estén. Voy a picar un tomate y a comerlo concentrándome en su sabor y en que mientras hay salud hay verano. Tomarse la vida a broma es algo muy serio. Está al alcance, por ejemplo, del que no está en este mundo sólo para hablar de su libro; también oye la prosa de los demás.