El filósofo francés Éric Sadin ha dicho que el ser humano, tal y como lo entendemos desde la Ilustración, corre el riesgo de desaparecer. Llega algo tarde, creo yo, porque el hombre ilustrado, salvo honrosas excepciones, hace tiempo que brilla por su ausencia. Vivimos, en cambio, la desilustración en toda su magnitud. Y eso explica en buena medida las contradicciones que nos persiguen, la inopia como primera vivienda intelectual.

Sadin ha escrito un libro muy meritorio, La humanidad aumentada, sobre la ola de intromisión de las nuevas tecnologías en la capacidad de decisión del ser humano y la inquietante escalada del llamado big data. A su juicio la explotación de la inteligencia artificial está íntimamente relacionada con la voluntad expresa de mercantilizar todas las esferas de nuestra existencia y de paso controlarla. Que eso suceda es muy peligroso, no darse cuenta de ello resulta sumamente preocupante.

Pero la vida sigue y el baile de los algoritmos también. Si cada vez proliferan más y en mayor frecuencia los que están dispuestos a elegir por nosotros; llegará el momento en que no consideraremos imprescindible la elección. El libre albedrío se desplomará paulatinamente como teme el autor de La humanidad aumentada. Del propio sistema emerge un «método inteligente artificial» que nos jubila, capaz de tomar decisiones sin que tengamos que intervenir. No sólo ocurre con las cosas que consideramos intrascendentes, también se impone en otros ámbitos.

Sadin cree que el mundo está en manos de una especie de opinión extendida del falso conocimiento, la doxa de Platón, que ha generalizado una idea de negocio interesada de que el modelo de sociedad basado en la inteligencia artificial representa un horizonte inevitable. Sobran doxóforos y hacen falta nuevos platones decididos a desenmascarar el fraude. Estoy de acuerdo con Éric Sadin.