Una creencia es la sensación de total certeza que tenemos acerca de algo. Es como una guía, una convicción que va a suministrar sentido y orientación en la vida. Muchas de ellas no son más que generalizaciones sobre experiencias vividas en el pasado. Pero bajo ningún concepto estamos dispuestos a ponerlas en duda. Y todo, porque nos dan seguridad. De hecho, preferimos buscar todo aquello que las confirme. No importa del tipo que sean. Y siempre acabaremos encontrando confirmación para cualquier tipo de creencia que tengamos, ya que nos convertimos en especialistas en anular todas las situaciones que están en franca oposición con ella. Lo cierto es que, a pesar de que son una interpretación de la realidad y no la realidad misma, tienen tanto poder que influyen directamente en nuestras acciones y en sus consecuencias. De hecho, todas afectan de forma directa e indirecta a nuestras vidas. Porque tienen la capacidad de crear y destruir. O sea, que las creencias, utilizadas adecuadamente, pueden ser la fuerza más poderosa para hacer el bien; por el contrario, las que ponen límites a nuestras acciones y pensamientos pueden ser tan devastadoras como negativas. En realidad, ninguna otra forma rectora del comportamiento humano resulta tan poderosa. De hecho, una creencia puede destapar o tapar el discurso de las ideas. Hay que recordar que todas las experiencias humanas, todo lo que se ha visto, oído, tocado, olido y gustado, se almacena en el cerebro. Si uno dice congruentemente que no puede hacer algo, tiene razón; en cambio, si dice que sí puede, entonces transmite al sistema nervioso una orden que abre caminos hacia aquella parte del cerebro que, posiblemente, contenga la respuesta que uno necesitaba. Hay una frase muy interesante de Virgilio que dice: «Pueden porque creen que pueden». Lo más interesante del asunto -que, por otro lado, debemos tener muy en cuenta- es que los sistemas de creencias no son inmutables. Son susceptibles de modificación. Cualquier juicio que uno exprese tiene su momento y ha de considerarse en relación con la época en que se formula. No es la declaración de una verdad universal, sino algo verdadero, únicamente para una persona determinada en un momento concreto. Nunca debemos olvidar que las creencias negativas hacen mucho, mucho, muchísimo daño. Pero, señoras y señores, como no somos hojas marchitas a merced del viento, las podemos cambiar. Y cuando nos apetezca. Tan sólo depende de nosotros.