Parece una ciudad no tan distinta de las nuestras, pero con enormes estructuras de cemento caídas y conducciones para toda clase de suministros que cuelgan de vigas o postes inclinados. La gente, sin embargo, ha vuelto a Mosul, camina por ella con aparente sosiego y, después de enterrados los muertos, hará vida allí, irá a la compra, negociará sus cosas, procurará asearse, rezará a sus horas y se amará más o menos como siempre. Una vez que las bombas han cumplido su siniestro cometido, todo va volviendo a la normalidad. Incluso el rastro de las tragedias dura lo justo, pues los humanos aprenden pronto a vivir sin sus muertos, o a reciclarlos en memoria que será objeto de culto, llenando bajo ese nuevo formato el vacío físico del ausente. Es terrible pensarlo, pero las imágenes de la gente volviendo a habitar en las ruinas de Mosul nos da una idea de todo lo que nos sobra para vivir.