isis ha matado a centenares de personas en Occidente. En cambio, Corea del Norte no ha causado una sola baja. Por tanto, suenan tambores de guerra para invadir Pyongyang. Se aplica la misma regla por la que un tropel de saudíes pilotaron los aviones del 11S, así que Estados Unidos laminó Afganistán e Irak a continuación. De nuevo, con una pequeña diferencia. Había mañanas a principios de milenio en que los occidentales se levantaban maldiciendo a Sadam Husein. Sin embargo, se necesita haber ingerido kilos de estupefacientes para tomarse en serio al régimen de Kim Jong Un, del que se han burlado hasta los gamberros de South Park y Franco, James.

Convertir a Corea del Norte en la mayor amenaza planetaria, y a su rechoncho líder en un nuevo Hitler, implica un homenaje al refinamiento de los sistemas de propaganda. De repente, los medios se han poblado de expertos en balística, que analizan si los misiles intercontinentales de Corea del Norte pueden alcanzar Madrid. La invitación a la militarización para protegerse de Kim procede de los mismos librepensadores que se arrodillaban ante el poderío revolucionario del exiliado Jomeini, ay mi Foucault.

Kim no es Sadam, pero servirá. La habituación de la audiencia requiere un proceso de introducción del producto, que sigue las mismas pautas en un gerente o un genocida. En el caso de Irak, hubo que inventar las falsas armas de destrucción masiva, la falsa compenetración con Al Qaeda, la falsa compra de materia prima para bombas atómicas. El tono de parque temático estalinista que ha rodeado a Corea del Norte facilitará la propagación de su maldad intrínseca. Los bombarderos harán el resto.

Kim no es Sadam, pero servirá. Se necesita un dictador de urgencia, porque se está apretando el nudo ruso en torno al cuello de Donald Trump. Una guerra portátil es el mejor remedio contra el escándalo interior. La primera regla es satanizar al enemigo, pero concediéndole una familiaridad que se traduzca en una convivencia insoportable. Sadam fue el tirano doméstico, al que se conocía por su nombre sin necesidad de apellidarlo. Ni Adolfo, ni Benito, ni Francisco, ni José ni Zedong gozaron de tal prerrogativa, aunque sí los Beatles.

Las peculiaridades de Kim, desde la pornografía hasta su intimidad con Dennis Rodman, favorecerán su conversión en el dictador de temporada. Venezuela y Siria no han perdido todas sus opciones como contendientes, pero se hallan debilitadas frente al minúsculo coloso asiático. Habrá que potenciar su escaso músculo con anabolizantes, una vez que Corea del Norte ha sido elegida para desviar la atención de los desastres internos de la política estadounidense.

Trump pontifica desafiante que "no se puede bromear con Corea del Norte". En realidad, solo se puede bromear con Corea del Norte. Para simular un enfrentamiento en condiciones, Washington debería engordar previamente los arsenales de Pyongyang, al igual que hiciera inflando a las bandas de muyaheddines afganos que acabaron capitaneadas por Osama bin Laden, una creación típicamente norteamericana.

De hecho, la prensa seria aprecia alguna dificultad metodológica a la hora de plantearse siquiera la viabilidad argumental del duelo en ciernes. Los Times y derivados suelen esbozar grandilocuentes teorías sobre un duelo por enemigo interpuesto entre Estados Unidos y China, una proxy war. Los amantes de la historia cíclica habrán reparado en que esta delegación bélica ya ocurrió en Vietnam.

En cuanto se atenúa la figura de Assad, surge un nuevo monstruo en lontananza. Sin embargo, ni la acreditada capacidad hollywoodiense para construir mitos puede suavizar las aristas bufonescas del dictador norcoreano. El Trump vs. Kim que se anuncia como remate de la velada solo tiene sentido si se celebra en Las Vegas, con ambos presidentes en calzón corto y sin que pueda descartarse que el asiático le pida un autógrafo a Ivanka.

La amenaza norcoreana es el síntoma inescapable de que todo va bien en el mejor de los planetas posibles. En solo medio año de mandato, Trump ha tenido tiempo de agredir y de felicitar a todas las potencias planetarias. Se ha resaltado el temperamento incendiario que le impulsaría a declarar una guerra sin contemplaciones. Se suele omitir que saldría del compromiso bélico con idéntica celeridad. Esta volatilidad explosiva sigue contrastando con la deliberada y concienzuda voluntad destructiva de Bush, el presidente que destruyó todos los países que tocó, empezando por el suyo.