Hagamos un ejercicio de humildad: la simplificación de todo, o, diciéndolo más claro, la simplonería acerca de todas las cosas, no deja de ser una reacción frente a lo mucho que las habíamos ido complicando. La verdad es que, gracias a tanto experto, las cosas habían llegado a ser incomprensibles hasta para los expertos. Como las asuntos más graves (por ejemplo una crisis) eran así de complejos, y dependían de factores multifactoriales fuera de control, al final nadie tenía la culpa de que pasaran. Es posible que en buena parte el populismo venga de ahí, y tenga algo de revuelta frente a la opacidad creada por los complicadores. Aunque la simplonería tampoco sirve para explicar nada, ni soluciona problemas, hay que entenderla. Los dirigentes deberían aprender ahora a simplificar las cosas y las explicaciones sin caer en la simplonería. Desde la arrogancia no se combate al populismo.