El consumo de prostitución está arraigando entre los adolescentes. Recurren a ello como un mero entretenimiento. De hecho, en nuestro país hay un ascenso de menores de edad consumidores de sexo de pago. Estos jóvenes incluyen clubes de prostitución en su ruta de ocio. Van a tomar unas copas y, en muchas ocasiones, acaban juntos en una misma habitación con una prostituta a la que se intercambian. Y si no tienen dinero para eso, echan a suerte quien se va con ella. Se trata de un comportamiento que tienen muy normalizado. La situación no les provoca ninguna reflexión ni debate ético. La mayoría de ellos no son ni conscientes de que están haciendo algo que puede ser éticamente reprobable o, directamente, ilegal. Sencillamente lo consideran una diversión. Sin embargo, según los expertos, a estas edades esto puede acarrearles serios problemas emocionales. Argumentan para ello que estos adolescentes, además de ahorrase los prolegómenos, se sienten atraídos por la idea de que tienen el poder sobre la mujer. ¿Y en qué pueden desembocar estas situaciones y actitudes, en un futuro, para esos jóvenes? Pues según ellos en la violencia de género. Lo que nos faltaba. Y tanto es así que no es un secreto que, lejos de desaparecer, la violencia machista también está naturalizándose entre los más jóvenes en España.

Una de las últimas encuestas del CIS arrojaba que una de cada cuatro chicas había sido víctima en alguna ocasión de violencia machista. En el ámbito de la pareja, trabas para relacionarse con amigos, presiones causadas por sospechas de infidelidad o indiferencia en el trato son las conductas más asiduas a las que han tenido que hacer frente. Algo debemos de estar haciendo mal cuando, además, una de cada tres españolas de entre 15 y 19 años ve aceptable este tipo de actitudes. En una sociedad en la que incluso existen aplicaciones móviles que ponen en contacto a personas para mantener relaciones íntimas, con un mayor acceso a la educación sexual y en la que se lanzan continuamente campañas de igualdad de género, sorprende que algunos adolescentes tengan esta visión de la mujer. Todo ello, señoras y señores, gústenos o no, evidencia las fracturas de nuestro sistema educativo. Y de la educación familiar. Sobre todo los padres y las escuelas son los responsables de que la tolerancia, la igualdad y los valores cívicos ocupen un lugar central en la educación de nuestros jóvenes.