Cuando uno mira a su alrededor desde la serenidad es fácil tomar consciencia de que casi todo lo que amenaza nuestro futuro empezó siendo una minucia, una menudencia, una nimiedad ninguneada. O, lo que es lo mismo, una nadería mal gestionada. Y si investigamos un poco, además, nos damos cuenta de que las naderías ninguneadas tienden a crecer. Y a veces crecen tanto que desbordan nuestras entendederas. La naturaleza del ser humano es bastante proclive a confundir el cachorro de Gran Danés con el de Boston Terrier, y, claro, a las cuatro semanas, la caseta y el colchón del perrito se quedan pequeños. Y pasado un año hasta la casa, el coche, la piscina, el jardín... se quedan pequeños para el Gran Danés. Hay naderías que crecen con tanta desmesura, que terminan no cabiendo en sí mismas.

En cualquier caso, bueno es precisar que hay naderías y naderías... O sea, que hay naderías que, por más que quieran dar de sí, nunca dejan de ser pequeñeces, y naderías que, si nos atrevemos a ningunearlas, mejor que nos cojan confesados... Los denominados papeles de Bárcenas, son un perfecto ejemplo de lo que expreso. Cuentan que el despecho de don Luis afloró porque don Luis se sintió desterrado de su tribu, como un leproso. Y respondió aventando el ambiente con unos papelillos dibujados con acrónimos y cifras que amenazaban con ser un arma de destrucción masiva, como poco. En ese momento el asunto parecía un caso claro de nadería a la que el ninguneo hizo crecer hasta el punto de parecer que provocaría una implosión que acabaría con la tribu de don Luis para siempre jamás.

Pero no, de pronto, la bipolaridad de don Luis obró el cambio y donde había visto ninguneo empezó a ver remeros en un bote que hacía agua. Y ocurrió como en Fuenteovejuna. Y la nadería que tendía a crecer empezó a menguar. Y el arma de destrucción masiva se convirtió en papelillo mágico que con su magia desmemorió al distinguido y menos distinguido, borrándoles el verbo constar de cerebro.

¡Abracadabra...! era bastante para que todo el que entraba en la sala perdiera la memoria y la constancia de todo. Los papeles de Bárcenas pasarán a la historia como una nadería de ida y vuelta, como los cantes que viajaban de Cádiz a Cuba, que casi todos volvieron. De nadería sensu stricto a arma de destrucción masiva. Y de arma de destrucción masiva a fruslería en estado puro.

Pocas industrias pueden expresar como el turismo el recorrido posible de una nadería como Dios manda, quizá porque el turismo, excepto contadas excepciones, nunca nació con vocación industrial, sino aprovechando la oportunidad puntual que los recursos naturales e históricos heredados ofrecían para combatir las hambres, que habíalas. Casi todos los destinos turísticos hoy maduros nacieron reactivamente. Casi ninguno nació proactivamente. Primero fue el turista, después el turismo. Entonces, en aquellos inicios, un forastero era un tesoro. Pero, con el tiempo y al microscopio de las estructuras del turismo industrial, un turista pasó a ser una nadería. Y dos, tres, cuatro, cien..., también.

En función de las estructuras que fuimos creando, repito, reactivamente, la categoría de tesoro se disparó y empezó a contar, primero, en naderías compuestas por cuatro cifras, o sea, miles de turistas. Después fueron naderías compuestas por cinco cifras, o sea, decenas de miles de turistas. Después, dependiendo de la definición de destino que sometamos a la prueba del algodón, fueron seis, siete, ocho cifras las que fueron marcando el umbral para que el turismo siguiera la senda de la «rentabilidad».

Y hétenos aquí, sesenta años después desmenuzando palabros como gentrificación, turistización, turistificación, turismofobia..., cada cual a nuestra manera, como si la cosa no fuera con nosotros. Algunas muchas cosas se nos pasaron por el camino a los implicados en el desarrollo turístico. Cosas que a nuestro entender cada vez ninguneamos por considerarlas fruslerías, pequeñeces, insubstancialidades, bagatelas, insignificancias, parvedades, nonadas... O sea, simples naderías.

El crecimiento, como ítem aislado en la lista de las amenazas de un destino turístico concreto, bien pudiera ser una nadería. Sin embargo, visto con la perspectiva suficiente, el crecimiento de todos los productos de todos los destinos mundiales a la vez, sin cesar, permanentemente, es una conjunción de naderías que expresa con claridad meridiana el fenómeno del suicidio colectivo inconsciente.

Si no, querido lector, tiempo al tiempo...