Uno de los símbolos más visibles del franquismo que nadie ha querido o podido abolir -por obvias razones- es la paga extra del 18 de julio, que el general superlativo puso en esta fecha para conmemorar su golpe de Estado. Y eso que han pasado ochenta y un años desde entonces. Ahora se abona a principios de mes y se la conoce por el más neutro nombre de extra de verano, pero ese maquillaje tan leve no oculta del todo su origen franquista. La inventó, al igual que las bases de la actual Seguridad Social, el ministro ultra José Antonio Girón de Velasco, con el propósito de solemnizar -decía la Orden del BOE, en 1947- la «Fiesta de la Exaltación del Trabajo». Tiempo hubo en cuarenta años de democracia para cambiarla de fecha, como de hecho se establecía en el Estatuto de los Trabajadores de 1980. En él se fijaba una paga de Navidad y otra que podrían acordar en el mes que creyesen oportuno la patronal y los trabajadores. Pudo más el hábito que la ocasión de elegir, sin embargo. Y la extra siguió conmemorando los orígenes de la guerra civil. El caso es que ningún gobierno democrático -bien de izquierdas, bien de derechas- pensó en trasladar la paga a otra efeméride menos incómoda del calendario. Ni siquiera estuvo por la labor el memorioso expresidente Zapatero, que tanto hizo por borrar el recuerdo del franquismo por el paradójico método de promulgar una Ley de Memoria Histórica. Verdad es que tampoco llevó su empeño al extremo de derogar la monarquía reinstaurada por Franco, ni -ya puestos- las emisiones de Radio Nacional de España o Televisión Española. Tampoco su sucesor Mariano Rajoy quiso meterse en problemas con este asunto. Cuando el actual presidente decidió suprimir a los funcionarios una de las pagas extras del año 2012, eligió la de Navidad -aun a riesgo de parecer el roñoso Mr. Scrooge de Dickens- antes que la del 18 de julio. Si empresarios y sindicatos no la habían tocado, parecería poco lógico que lo hiciese un gobernante conservador. Todo esto tiene su explicación, naturalmente; y no solo aquí. Los alemanes de la posguerra mundial, un suponer, no se aplicaron a la tarea de dinamitar las autopistas construidas por Hitler ni las fábricas de ese país que habían utilizado como mano de obra esclava a trabajadores de los campos de concentración. En realidad son más de una y de cinco las empresas colaboradoras del Tercer Reich que a día de hoy siguen vendiendo sus productos con gran éxito de público. Otro tanto ocurrió con los edificios, que ahí siguen, de la fallida Exposición Universal de Roma en 1942, popularmente conocida en su día como Ciudad de Mussolini. Tampoco importó gran cosa que Cinecittà, la ciudad italiana del cine, fuese construida por el Duce fascista. Allí se rodaron después grandes películas de romanos -Quo Vadis o Ben Hur-, «espagueti-westerns» y hasta películas de Scorsese o Mel Gibson. Fácil es comprender, por tanto, que también en España haya perdurado la paga extraordinaria del 18 de julio a pesar de sus ominosas evocaciones golpistas. Sorprende un poco, si acaso, que el Gobierno de Cataluña haya anunciado para tan señalada fecha la compra de las urnas destinadas a acopiar los votos del referéndum de independencia. Igual no se dieron cuenta o no recuerdan con exactitud la datación de ciertos acontecimientos históricos. Tanta memoria histórica para esto.