Hace pocos días pasó por Madrid Andrea Schaechter. ¿Y quién es esa señora?, se preguntarán. Pues la responsable de la misión del Fondo Monetario Internacional para España. Y no se anduvo por las ramas, para explicar las reformas que debe acometer la economía española. Especialmente, en una materia sensible: las pensiones.

Schaechter dijo que no solo le parecía bien que la subida anual de las pensiones se estabilice en un 0.25% anual, sino que abrió la puerta a ir más allá, como subir la edad de jubilación más allá de los 67 años. No muy lejos de aquí podemos encontrar ejemplos, en ese sentido: el gobierno conservador británico, dirigido por Theresa May, confirmó esta semana que la edad de retiro en el Reino Unido se retrasará de los 67 a los 68 años.

Y es que, en el caso de España, las rigideces son claras y de doble vía. Por un lado, hay un problema de gasto: la hucha de las pensiones acumulada en época de bonanza está a punto de desaparecer, mientras entran en el sistema pensionistas con prestaciones cada vez más elevadas (en un contexto en el que las mejoras sanitarias han permitido alargar la esperanza de vida).

Pero, sobre todo, existe un déficit de ingresos. Pese a que la economía lleva cuatro años de crecimiento, los ingresos de la Seguridad Social no aumentan en consonancia con dicha mejora, debido a que parte de los trabajos creados son de escaso rango salarial (como consecuencia de un modelo no basado en mejoras de la productividad, sino en tareas de medio y bajo nivel -muchas de ellas, de carácter estacional, como el turismo y la hostelería).

La consecuencia de ello será, probablemente, que no bastará con mejoras mínimas de las prestaciones para sostener el sistema, sino que habrá que recortar su cuantía. Eso no lo veremos aún en los medios, pero visitas como la de Shaechter ya preparan el terreno.