Quién nos iba a decir que íbamos a ver a una reina en Huelin. O a una presidenta de la Junta. Las dos vestidas de rojo. Tal vez era una coincidencia buscada. Aunque más bien suponemos que habrá un jefe de protocolo despedido a estas horas. A lo mejor se exilia en San Petersburgo.

Gracias a las gestiones de Francisco de la Torre en esa ciudad, vino una sede del Museo Ruso a Málaga, lo que fue uno de los acicates para rehabilitar Tabacalera, conjunto de inmuebles que pasó de fabricar cigarrillos a albergar cuadros y funcionarios, como los de la recaudación municipal (Gestrisam), que no sabemos si quisieron salir para ver a la reina o siguieron currando, agobiados de tanto y tanto como acuden los ciudadanos a pagar multas y tributos y penas.

Para saber si los tiempos han cambiado en Málaga bastaría preguntar hace veinte años a un vecino de la zona qué esperaba encontrarse un lunes por la mañana. Seguro que no respondería: una reina. Tampoco es que Letizia se paseara por ahí asequible a los vecinos, pero estar estaba. También estaban los gerifaltes del Cervantes y los directores de las sedes que tiene el organismo repartidas por el mundo. Si se exceptúa el día que Jorge Guillén celebró un cumpleaños o alguna peregrinación de jóvenes poetas golfos para ver a Aleixandre, tal vez nunca hubo en la ciudad tantos filólogos, escritores y hombres de letras juntos. A lo mejor la reina los despidió diciendo «idos» a expandir nuestra lengua por el mundo. A lo que los notas cervantinos bien pudieron responder váyase usted, majestad, que lo nuestro en Málaga dura cuatro días.

Suponemos que no todo ha sido discutir sobre cómo enseñar español y que a los directores de los institutos Cervantes reunidos en Málaga les estará dando tiempo a practicar otras actividades. A ver si se van a creer que las mil tabernas han cerrado. Las palabras del director del Cervantes, Juan Manuel Bonet nos puso a los malagueños muy gorda la autoestima, así que si ven a uno de ellos sea amable, invítelo a una caña o a una metáfora. Ha dicho Bonet nada menos que Málaga es una ciudad de cultura. Antes, cuando un escritor quería verter un topicazo sobre Málaga, decía aquello de «...y una sola librería». Ahora ya va siendo un lugar común lo de ciudad de los museos, que no sólo sirven para colgar cuadros, si no también para dar cobijo a reinas de rojo y sin tiaras que van a barrios castizos o proletas, que ya no son lo que eran, y en los que hemos aprendido incluso a decir pinacoteca.