Expectación defraudada. La comparecencia de Rajoy como testigo en el caso Gürtel se saldó como era previsible. A los partidarios del presidente del Gobierno (que se supone son buena parte de sus votantes) les convencieron totalmente sus explicaciones, mientras que a los que le son contrarios solo les sirvió para confirmar que no creen nada de lo que dice sobre su responsabilidad en la corrupción del PP. En cualquier caso, y a falta de que aparezcan pruebas contundentes sobre su hipotética implicación en el caso, cualquier jurista entiende que ahora mismo no hay por donde pillar a Rajoy. Y menos todavía desde que Bárcenas parece haber llegado a un pacto de no agresión con el partido del Gobierno para amortiguar sus responsabilidades penales y, sobre todo, para salvar los millones que tenga escondidos en Suiza y en otros paraísos fiscales. Días atrás se había especulado -a mi modo de ver exageradamente- con el efecto supuestamente demoledor que esta comparecencia ante la Audiencia Nacional pudiera tener sobre la imagen del presidente. Una especulación que tenía su base en lo que hemos dado en llamar la pena de telediario. Esa especialidad extraprocesal que sirve para denominar el acoso mediático intenso a cualquier presunto corrupto desde que es objeto de detención y registro por la Policía o la Guardia Civil hasta que es imputado por los jueces o conducido a prisión. Un procedimiento sumarísimo que lleva al ánimo de la opinión pública la falsa idea de que el presunto corrupto, a falta de ser juzgado, ya ha sido declarado culpable de los delitos que se le atribuyen dada su insistencia (involuntaria, por supuesto) en aparecer a todas horas en los telediarios y a ser objeto de negativas opiniones en las tertulias de la radio. Vistos esos antecedentes, se esperaba que la comparecencia de Rajoy, una vez desechada por el tribunal su propuesta de declarar desde su despacho en Moncloa, sirviera para desprestigiarlo completamente. Y, más aún, desde que se había dado por seguro que tendría que sentarse en el banquillo delante de los procesados Correa, Crespo, el Bigotes y Bárcenas ofreciendo la equívoca impresión de que su tratamiento era más de acusado que de testigo. Eso, y un paseo a pie desde el coche oficial hasta la puerta en medio de un coro de acosadores, compondrían el cuadro de un redivivo Robespierre camino de la guillotina. A la hora de la verdad nada fue así. Los tres de la Gürtel y Bárcenas declinaron su presencia, los acosadores fueron contenidos lejos por los antidisturbios y el tribunal le dispuso un pupitre con asiento entre los tres magistrados y los abogados defensores. Una deferencia que letrados de la acusación consideraron un privilegio inapropiado. Vi en televisión la testifical de Rajoy y todo se desarrolló de acuerdo con el guión previsto. Los abogados de la acusación intentando marear la perdiz y el presidente del Gobierno excusando su responsabilidad con el argumento de que él solo se ocupaba de asuntos políticos y nunca («Nunca, Jamás») de los financieros o contables. Al parecer, en la sede central del PP circulaba el dinero y se hacían buenos negocios pero ningún cargo político se enteraba, y menos aún se lucraba con ello.