La noticia cinematográfica del verano es que Dunkerque, película de guerra de principio a fin, siga en cartel y encabece taquilla. Es un filme efectista, que no pierde oportunidad para forzar emociones, incluidas las más tópicas, con las bodegas lastradas de exasperante anglofilia (los franceses, que defendían bravamente el perímetro de Dunkerque, parecen seres inferiores) y artificioso hasta rozar el absurdo (así, el último planeo del Spitfire), pero la belleza de las imágenes, la colosal banda sonora de Zimmer, algunas interpretaciones (en especial la de Fionn Whitehead) e incluso el talento desplegado en la propia artificiosidad, la elevan por encima de todos sus manifiestos vicios. Aunque sea cine tramposo es gran cine. A fin de cuentas también la trampa de Dunkerque había sido resuelta para la historia de forma tramposa, convirtiendo en éxito militar una tremenda derrota.