Decía Elbert Hubbard eso de que existe algo mucho más escaso, fino y raro que el talento: el talento de reconocer a los talentosos. En estos tiempos que corren de autobombo salvaje de gente con menos fondo que una lata de atún, pero embutida en una maquinaria de marketing arrolladora, es la norma. Cuando el señor Elbert habla de reconocer el talento, no pienso en la dificultad de dar con personas talentosas, más bien del trabajo que cuesta darle al César lo que es del César sin anteriormente ponerlo a caer de un burro. Felicitar a alguien sinceramente por su trabajo, su esfuerzo y su constancia, reconociendo sin dobles fondos su arte, sin venir con la escopeta cargada de prejuicios o con el ego apuntando con una ballesta a la sien, es más difícil que ver la Plaza de La Marina sin alguien acostado en el césped.

Un día vi por casualidad en internet unas fotos de unos amplificadores de guitarra que me llamaron mucho la atención, por compactos, un diseño muy bueno y el nombre de la marca, Tmain. Me puse a investigar para ver de dónde venían estos cacharros tan lindos... «Esto seguro que los hace un americano viejo a mano, que estará harto de trabajar para una gran marca y se ha montado por su cuenta», pensé. Para mi sorpresa descubrí que no andaban al otro lado del charco, más bien en la Axarquía y que no los hacía un señor mayor sino un tipo de veintisiete años que responde al nombre de Nicolás Gil Lavado. Tal era mi curiosidad que decidí escribirle y concertar una cita en mi local para probar sus modelos.

Cuando lo conocí en persona parecía todavía más joven de lo que ponía en su DNI. Súper educado a la par que tímido, venía con su furgoneta cargada de modelos distintos que había fabricado. La timidez se fue al traste cuando le insté a que me contara sobre ellos: al abrir la boca descubrí que el señor mayor lo tenía dentro; a poca gente he escuchado hablar con tanta pasión, conocimiento y disfrute de su trabajo., cualidades que iban desgajando los prejuicios uno por uno, si alguno tenía. Y es que con esa edad ya llevaba más de diez años reparando y trabajando en sus propios diseños.

Fue enchufar mi guitarra a uno de estos amplificadores y quedar impactado severamente por su pequeño tamaño y el gran sonido que ofrecían; un traje a medida para los que estamos todo el día en carretera y sin sacrificar tamaño por un buen tono.

Estaba el producto pero faltaba la visualización. Algunas malas experiencias con los listos de siempre que quieren amplis de regalo y que tocan menos que la Orquesta Topolino, o que no los conoce ni la señora que les alquila el piso pero con un ego como Tabacalera de grande (aparte de los celos corporativos de algún que otro iluminado) solo hacían acrecentar sus dudas sobre si lo que hacía era bueno o malo. De primera hora el trato fue claro: yo no quería nada de él, solo que me dejara uno de sus cacharros para llevármelo al directo en una serie de conciertos que tenía por delante a ver cómo reaccionaba el personal y que me fabricara un amplificador pagado a toca teja de mi bolsillo, euro a euro. Sin más trampa ni cartón.

A las dos semanas de sacar a pasear el cacharro por esos escenarios de Dios, el teléfono empezaba a sonar en su taller más de la cuenta. La gente se reía cuando me veía con un cacharro tan pequeño pero cuando lo encendía y daba un guitarrazo las risas se silenciaban y las bocas quedaban abiertas de par en par. «Vas a soldar más que el que hizo a Mazinger Z», le dije una vez a Nicolás. Y no andaba equivocado.

Ayer mismo fuimos a Sevilla a para entregarle su ampli a Álvaro Suite, artista rockero y guitarrista hace años de don Enrique Bunbury. Me había visto en un vídeo tocando con su amplificador y se puso en contacto con Nico, para encargarle uno igual que el mío para hacer la próxima gira de Enrique por todo el mundo. Fue llegar a su local enchufarlo y que pusiera la misma cara que había puesto yo meses antes; que un artista que lleva años en este mundillo, que ha tenido de todo en equipo de guitarras, quedara tan prendado del producto de años de trabajo de un tipo tan trabajador me enorgulleció muchísimo. Fue muy emocionante ver cómo se subía un escalón importante tras pasar una puerta de un local de ensayo. Sin duda reconocer un talento donde su trabajo habla por sí solo es muy fácil. Larga vida a Tmain. «La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia» (Ovidio).