Siento indignación, tristeza y también vergüenza tras la multitudinaria manifestación de Barcelona de hace unos días. Una manifestación que hubiera debido ser de dolor, de unidad frente al terror y de solidaridad con las víctimas del terrorismo, por encima de la política, y que por culpa de unos pocos se convirtió en un ejemplo de desunión, de sectarismo y de mala educación. Como español siento tristeza, supongo que si fuera catalán sentiría sería también mucha vergüenza.

En primer lugar por la desunión que allí se mostró entre la mayoría de los asistentes, que lloraban a los muertos y heridos, y un grupo bien organizado de separatistas que enarbolaban sus banderas esteladas (no la senyera) y que a juzgar por su estratégica ubicación en el cortejo debieron contar con apoyo institucional de la Generalitat y del ayuntamiento barcelonés. Allí el dolor por las víctimas fue robado de manera obscena por unos independentistas vociferantes, empeñados en adueñarse del duelo colectivo para tratar de avanzar en su camino a ninguna parte, en un fenomenal acto de desprecio a los muertos. Y el pistoletazo de salida lo dió el mismo presidente Puigdemont el día antes en una entrevista a un periódico inglés donde culpaba al gobierno de Madrid de no facilitarle los medios necesarios para luchar contra el terrorismo. Da asco.

En segundo lugar porque la CUP, que manda en Cataluña a pesar de haber tenido menos votos que el PP, no quiere entender que una democracia representativa como la nuestra, las instituciones nos representan a todos. No lo quieren entender porque prefieren la democracia asamblearia que es más manipulable, como sabe cualquiera que haya pasado por la universidad y haya visto lo fácil que es ganar una votación a mano alzada con cuatro militantes distribuidos entre la masa. Lenin lo sabía bien y por eso los bolcheviques, que eran pocos, se impusieron. Y Hitler también aprendió la lección. La CUP y sus acólitos les siguen. Luego puede ser demasiado tarde, como advertía Brecht. Por eso va siendo hora de que también se organicen los que en Cataluña se oponen al delirio separatista que viola la Constitución y el Estatut y engaña al personal para que no se de cuenta de que su disparatado proyecto convertiría a Cataluña en una nueva Albania fuera de Europa y del euro. Antes de que sea demasiado tarde, porque su nivel de vida y sus pensiones peligrarían en esa "república catalana" dominada por los energúmenos de la CUP.

Afortunadamente en España los populismos no mandan y tenemos una democracia representativa que puede ser perfectible pero que funciona. Admiro a los bomberos y a los policías y coincido en el deseo de homenajear su comportamiento. Pero no me representan. En cambio el Rey, como jefe del Estado, nos representa a todos y esa es la razón por la que también se le debe respeto ya que al respetarle como símbolo de la nación nos respetamos a nosotros mismos. Algo que muchos aún no han entendido y que por eso van a verle hechos unos pintillas, y al que otros atacan porque quieren destruir ese Estado y sustituirlo por no se sabe qué. Además de que silbar la presencia del Rey en la manifestación, a la que tuvo la amabilidad de asistir llevando en su persona el dolor de toda España, es una solemne falta de educación impropia de una ciudad como Barcelona. Hay que ser muy maleducado para insultar al que viene a tu casa a darte el pésame. Por eso, por culpa de quiénes le regateaban la presidencia de la manifestación y de quiénes le abucheaban, yo mismo me he sentido insultado e imagino que muchos como yo.

En tercer lugar porque la manifestación de Barcelona ha sido una nueva demostración de la incapacidad que parecemos tener los españoles para responder unidos frente al terror. Ya nos ocurrió en 2004 tras los atentados del 11M en Madrid y vuelve a suceder ahora. Entonces se adujo que la razón había sido la enorme polarización que la guerra de Irak había producido en la sociedad española y la proximidad de las elecciones generales. No me convence pero pase. Ahora, en el segundo atentado más grave que el terrorismo islámico ha hecho en España, tampoco ha sido posible una respuesta conjunta que deje clara a los terroristas nuestra voluntad colectiva de ganarles la batalla. Ha podido más el deseo de algunos enanos de hacerse ver y oír con sus voces discordantes en medio del dolor generalizado. ¡Qué diferencia con el slogan "united we stand" con el que los norteamericanos reaccionaron ante los atentados de 2001 contra las Torres Gemelas y el mismo Pentágono!

En cuarto lugar me entristece la utilización partidista que se está haciendo de la gestión del atentado por quiénes ensalzan y quiénes critican a los Mossos (cuya actuación exige aclaraciones), cuando lo que se debería hacer es crear una comisión independiente que estudiara lo que se ha hecho mal para no repetirlo en el futuro. Y que forzara una mejor coordinación entre quiénes tienen la misión de protegernos a todos, porque los muertos no entienden de ideologías.

Al final queda que por mucho que a algunos paletos les moleste, toda España ha llorado con Barcelona, como es normal. En las Ramblas han sobrado pitos, han sobrado esteladas, ha sobrado desvergüenza y han faltado dignidad, solidaridad con las víctimas, educación y unidad frente al terrorismo. Va a acabar resultando que los catalanes son demasiado españoles, después de todo.