Cada cual es libre, en principio, de gastar sus dineros en lo que le plazca. Así, si la diócesis quisiera invertir, por ejemplo, cinco millones de euros en levantar la torre invisible de la catedral de Málaga, tendría absoluta la legitimidad para ello. Pero no todo consiste en hacer lo que se quiera porque exista la posibilidad real de hacerlo. Cada paso que damos, cada decisión, va conformando una imagen o impronta de nosotros mismos a la que los demás pueden tener acceso. Pero la diócesis es algo más que un particular. No goza de anonimato, está expuesta al mundo. Es una ventana abierta a través de la cual todos pueden mirar. Los que creemos en ella y los que no. Es por eso, entre otras cosas, por lo que debe de medir sus actos y no actuar por apetencia de suntuosidad inmediata. Porque con cada gesto, aún con el más nimio, da testimonio público de Iglesia ante el mundo. Así, volviendo al tema inicial, hablemos de inmuebles. Partamos, si me lo permiten, de que no es lo mismo una reforma necesaria que una obra de conservación o una ampliación caprichosa. Comprendo, sin duda, los argumentos a favor de levantar el segundo coloso. No son complicados de entender. Sin embargo, a mi juicio, se me antojan tan pobres como frívolos. Qué quieren que les diga. ¿No habrá otras necesidades reales que cubrir en las parroquias de extramuros? Pero olvidémonos de los euros, aunque sea por un momento. A niveles estrictamente artísticos, levantar la segunda torre de la Catedral de Málaga pudiera equipararse a un intento por enderezar la torre de Pisa, coserle unos brazos a la Venus de Milo, pegarle una cabeza a la Victoria de Samotracia o, si prefieren otro ejemplo local, añadirle unas piernas al Cristo Mutilado de Málaga. Justificar oficialmente la obra porque el estado actual de la Catedral no evoca una imagen de perfección no sólo es un argumento irrisorio, reduccionista y soberbio para con la historia, a la que descarta de un plumazo, sino que, además, peca de superficialidad. Cada monumento va ligado de manera indisoluble a su contexto temporal y es por ello por lo que una obra inacabada puede evocar tanto o más mensaje y simbología como su alter ego concluso. Por el contrario, en el caso de que pretendiéramos identificar perfección con plenitud, como hacen los partidarios del levantamiento arquitectónico, no tendríamos más remedio que negar también la belleza incuestionable de otras catedrales inacabadas como la de Siena o la de San Juan el Divino en Nueva York. A mi juicio, lo que los promotores han venido a llamar el "argumento nostálgico" no es una cuestión menor, en tanto en cuanto supone la natural aceptación popular e histórica de la realidad del edificio. Ningún otro templo puede presumir de un apelativo tan cariñoso, espontáneo y arraigado como la Manquita de Málaga. Y, nada más que por eso, me da la sensación de que esas pretensiones o necesidades de culminación, caza de turismo y mayor visionado desde el puerto puedan no haberse discernido a la mayor Gloria de Dios sino a la de los hombres que aparecerán en la placa. Impulsos faraónicos, vanidad de vanidades. Y si me señalan con el dedo, les digo que sí, que está claro que cada uno de nosotros, con fundamento en sus creencias e ideologías, deberá dar ejemplo de coherencia con su economía privada, no les digo que no. Pero la diócesis también. No discuto que como gestora o propietaria pueda hacer lo que quiera con sus bienes, evidentemente, pero, ¿a costa de qué testimonio? ¿Verdaderamente es un signo de los tiempos invertir fortunas en elevar arquitecturas hasta los cielos sin una necesidad patente y con la que está cayendo? ¿Babel? No es necesario. Prueba de ello es que llevamos más de doscientos años sin esa torre y dicha carencia no ha supuesto menoscabo de nada. A fin de cuentas, y por hablar de autoridades, tampoco puede decirse que esas iniciativas estén muy acompasadas con la batuta de austeridad del Papa Francisco, inspirada, indiscutiblemente, en el santo de Asís. Testimonios y tendencias que probablemente levanten ampollas entre los que creen más en la Iglesia como institución y patrimonio que como Buena Noticia de Dios a los pobres de la Tierra.