El PSG lanza un poderoso mensaje al resto de grandes clubes: Madrid y Barcelona ya no son los peces más grandes. Neymar apenas había salido del hotel Unique en Sao Paulo cuando el Barcelona se relamía. En un acto publicitario, el brasileño elogió el fichaje de Marco Verratti, un temprano 23 de junio. Antes de que todo empezara cambiar. En apenas dos meses, el Barça pasó de la utopía de reforzar su centro del campo con un futbolista fabricado bajo un código genético idéntico a su ADN, a la distopía de ver desmantelar la MSN.

En la ficción, ese instante se conoce como giro Jonbar: el punto en el que un suceso deriva en un universo post-apocalíptico. Como lo es el escenario en el que se mueve el Barcelona. Un club depauperado en lo anímico, que se ha sentido pobre teniendo 222 millones de euros en la cartera. La entidad más bañada en títulos de la pasada década se transformó en el campo de pruebas de un poder que está por encima de los éxitos deportivos. Los clubes-estado emergen como una verdad incómoda y el Paris Saint-Germain es la punta de lanza con la que la directiva culé se hizo el harakiri.

Después de las declaraciones de Neymar en Sao Paulo, se pusieron en marcha una serie de poderosos resortes económicos. Nasser Ghanim Al-Khelaïfi, propietario del club francés, cerró a principios de julio la puerta de salida del centrocampista italiano. Y en cuestión de semanas articuló la transacción más cara de la historia del fútbol. Como un elefante en una cacharrería, hizo saltar por los aires la línea natural de sucesión de Messi. Y enfundando a Neymar en la elástica parisina infló tanto el mercado de fichajes que ni siquiera la súperpotencia balompédica barcelonista fue capaz de sobreponerse.

El Barça, impotente, asistió sin parapeto al desarme de su delantera a base de billetes. Sin ningún atisbo de estrategia, pensó que pesaría más el hambre de balón que la gula del bolsillo. Pero erró. El «se queda» de Piqué fue la campaña en solitario de un hombre, ante la falta de ideas de toda una directiva. El PSG terminó de jugar con el Barcelona sólo cuando en su cuenta de Twitter ridiculizó a su central anunciando a Neymar con un escueto «se firma». Al-Khelaïfi completaba su venganza y lanzaba un poderoso mensaje al resto de los grandes clubes: ya no sois el pez más grande del estanque.

Ese escenario lo ha asumido el Real Madrid. Una de las ansias para reforzar la plantilla este verano fue la rutilante promesa gala, Mbappé. Cuando los informadores advirtieron en Concha Espina que el PSG estrechaba el cerco por delantero, Florentino Pérez plegó sus alas.

Recapacitó e irónicamente pudo hacer suya una frase en catalán que se ha hecho viral en las últimas semanas: «Bueno, pues molt bé, pues adiós».