La buena gente de Amalfi está acostumbrada a ver el mar desde las alturas. Como los huéspedes del Hotel Santa Caterina. Fue la ciudad una de las repúblicas marítimas más importantes de Italia, junto a Venecia, Génova, Pisa y Gaeta. Su código marítimo, la Tavola Amalfitana, fue respetado en todo el Mediterráneo hasta mediado el siglo XVI. Está situada en el golfo de Salerno, a 75 kilómetros de Nápoles. La UNESCO declaró la ciudad y sus alrededores Patrimonio de la Humanidad. Desde los comienzos de los viajes turísticos en el siglo XIX, el lugar sigue siendo el gran favorito de cientos de miles de visitantes provenientes de todo el mundo. Suele ocurrir cuando un lugar maravilloso puede ofrecer hoteles perfectos. Es la combinación ideal e imbatible. Como suele ser una tragedia sin paliativos cuando unos hoteles espantosos y unos edificios horrendos profanan un paisaje digno de mejor suerte.

Mi vieja guía turística Baedeker’s dedicada al sur de Italia («Southern Italy» 1912) ha cumplido ahora algo más de un siglo. Informaba en aquellos lejanos tiempos a los intrépidos viajeros de la época sobre la existencia de un Hôtel-Pension Santa Caterina, en los acantilados de Amalfi. Como dijo muchos años después la gran Simone de Beauvoir, recién divorciada de Sartre, el litoral que se extiende desde Amalfi hasta Sorrento es «una de las costas más bellas del mundo».

Anunciaba mi vieja Baedeker's que las vistas del mar desde el Santa Caterina y su jardín eran magníficas. Los precios de las habitaciones y las comidas eran razonables. Estas últimas incluían el vino. El llegar a Amalfi desde Salerno no era demasiado complicado en aquellos comienzos del siglo pasado. Se podía alquilar para el viaje un carruaje por una cantidad no excesiva, de acuerdo con la comodidad y las prestaciones del vehículo. Podía ser de uno o dos caballos. Se podía escoger una victoria o un landó. Con su elegante línea y sus dos capotas plegables, este último era el no va más. El viaje de 25 kilómetros desde Salerno a Amalfi podía durar unas tres horas. También había una diligencia al día, que hacía el mismo trayecto. Se compartía con otros viajeros. Y ya en los escalones más modestos, el alquiler de un humilde asno era otra posibilidad que se abría a los viajeros menos pudientes.

Ya en aquella época los viajeros británicos frecuentaban la Costiera Amalfitana. Los seis hoteles de Amalfi aconsejaban a sus huéspedes el hacer su reserva de habitación lo antes posible. El no hacerlo podía ser una temeridad, ya que en la temporada de primavera e incluso en la de otoño los hoteles generalmente estaban al completo. La primavera era la gran favorita de aquellos turistas. Los visitantes británicos podían incluso asistir en febrero , marzo o abril a los servicios religiosos de la Iglesia de Inglaterra en uno de los hoteles de Amalfi. Junto con Suiza y Francia, era evidente que Italia se había convertido en la gran favorita de los británicos de la «belle époque».

El Hôtel-Pension Santa Caterina había abierto sus puertas en 1904. En sus comienzos era un alojamiento sin grandes pretensiones, aunque muy bien llevado por sus propietarios, la familia Gambardella. Coincidiendo con tiempos turbulentos y dos guerras mundiales, la familia llevó con mano segura y con prudencia y sabiduría el timón de su hotel hasta el día de hoy. Nunca olvidaron que sin su excelente personal todo hubiera sido imposible. Es obvio que las cuatro generaciones de los Gambardella y sus fieles colaboradores han hecho un buen trabajo a lo largo de estos 113 años de navegación. La calidad y el encanto de este hotel, único en muchos aspectos, no cesó jamás de consolidarse. Los Gambardella siguen siendo los propietarios del Hotel Santa Caterina. Elizabeth Taylor y Richard Burton lo adoraban. Como les ocurrió a Angelina Jolie y a Brad Pitt en épocas más cercanas. Hoy en día y por méritos indiscutibles, este hotel sigue siendo considerado la gran dama de la Costiera Amalfitana. Desde hace más de un siglo, enriquece con su presencia a Amalfi y a esa costa que un día hicieron posible un hotel como el Santa Caterina.