En Fuengirola tienen un problema. En realidad no es exclusivo de allí, simplemente es el último lugar en el que se ha planteado la cuestión. Seguro que habrán advertido que -a diferencia de lo visto en todas las épocas precedentes- el concepto vigente de «zona verde», al menos en las oficinas municipales, es el de una plancha de hormigón sobre la que se anclan una serie de cachivaches metálicos comprados por catálogo en Dinamarca. En las estimaciones de nuestras autoridades locales, mientras más grandes y/o numerosos sean los cachivaches, más abundante será la cosecha de votos. Lástima que el metal tenga una desagradable tendencia a recalentarse en exceso a pleno sol; tendencia que se agudiza en estas latitudes, inutilizando tales artilugios durante gran parte del año salvo que el interesado quiera exponerse de forma voluntaria a quemaduras de segundo grado o muerte por insolación.

En Fuengirola valoran la opción de entoldar las instalaciones como solución a este inconveniente, o enviar a los usuarios a la playa en su defecto. Este columnista, con la ingenuidad que le caracteriza, quiere pensar que, en la reunión en que se trató el problema, alguien levantó una mano con timidez y sugirió la opción de plantar árboles. Claro que habría sido preferible plantar los árboles primero y, una vez creada la sombra, instalar los juegos infantiles o aparatos de gimnasia.

Por mi parte, propongo que las actas de concejal se entreguen en un páramo desértico en agosto, a media tarde y a pleno sol, mientras los ciudadanos presencian la bonita ceremonia resguardados bajo una arboleda cercana. Sería muy didáctico para quienes asumen responsabilidades de gobierno.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto