De acuerdo con la teoría aquí propuesta hace mucho, el independentismo catalán es inseparable de la pasión fatal por los grandes eventos que se adueñó de Barcelona tras la clausura de las Olimpiadas de 1992. Esto no ignora factores históricos, culturales, económicos y demás, sino que los relega a infecciones oportunistas de una patología central mediática, típicamente barcelonesa: una ciudad que quiere ser artista en la escena mundial. En ese sentido, la instalación humana de ayer ha sido fallida: por falta de sincronización las cuatro enormes pancartas (papeletas del sí, urna, paz) que avanzaban majestuosamente por Aragó y Gràcia, no han llegado a unirse, y la foto desde lo alto que daría cuenta anticipada de la epifanía del SÍ no ha podido ser. No diría yo ´asunto zanjado´, ni mucho menos, pero para un devoto de la eficacia profética de los símbolos la suerte final está echada.