Para la Naturaleza amanecer es cumplir un ciclo. Para el hombre y la mujer, no. Y para los ambivalentes, tampoco. Diríase que los seres humanos, todos, somos de Bilbo: cada uno amanecemos o no amanecemos cuando nos sale de los dídimos, es decir, de los testes, o sea, ¡ya tú sabes...! Para demasiados sapiens da igual si su sol sale o no sale. ¡¿Para qué se ha inventado la linterna, si no, Patxi...?! La iluminación, la inspiración, el renacimiento, tienden, cada vez más, a transformarse en amaneceres ocultistas, en rarezas solo propias de iniciados y de gente rara, como don Rabrindanath, por ejemplo, que se convirtió en flor para expresar el amanecer a su manera: «¡He perdido mi gotita de rocío...!, le dice la flor al cielo del amanecer, que ha perdido sus estrellas». Enorme, Tagore. Su tremendamente compleja simplicidad me apabulla, siempre.

Para la Naturaleza, cada amanecer tiene mucho que ver con el que lo precedió e, irremediablemente, tendrá que ver con los por venir. Para los sapiens que vamos tan de sobrados como el amigo invisible de Memé, no siempre es así. Los listillos del Universo, demasiadas veces, identificamos el amanecer con la casualidad, y nos apresuramos en divorciarnos del pasado más nutricio que nos ayudó crecer, y nos lanzamos a la aventura travestida del brillante porvenir de lo ipso facto, para montarnos en el autobús más espectacular de todos los autobuses espectaculares que pasan por nuestra puerta en ese momento. Y cuando queremos darnos cuenta nos encontramos a decenas de miles de kilómetros de nosotros mismos, sin saber quiénes somos, invocando el insano mantra ´qué hace un chico como yo en un sitio como este...´. Y, claro, terminamos despertando al Pepito Grillo de cada uno, que cada vez repite lo mismo: ¡Ya empezamos otra vez...! O sea, el día de la marmota.

La casualidad no es buena amiga siempre. La Naturaleza sí, la Naturaleza nos invita a amanecer cada día, incluso durante el trasnocho, que aunque parezca que no, también es campo abonado para los amaneceres. Las sensaciones, los sentimientos, los pensamientos más elevados, son la hipostasis de la puntualidad: amanecen solo cuando deben. Incluso la oscuridad de la noche serena es buen caldo de cultivo para los amaneceres. Ningún pensamiento elevado amanece a destiempo. El mismísimo Chronos, dios del tiempo, es un simple relojero aficionado frente a la puntualidad del amanecer en los sapiens. Pero, lamentablemente, a tenor de la realidad del patio en el que nos recreamos la peña de los listillos, no todos amanecemos... Algunos, ni tan siquiera una vez en la vida. Valga, si no, como muestra el botón del Parlament de Catalunya del pasado seis de septiembre€

-Honteux...!, -me dijo un amigo lovainense el día siguiente al del bochornoso espectáculo. Y uno, que tiene su parte catalana que le corresponde como español, pues asintió... ¡Sí, fue vergonzoso!

Los oficios y las actividades profesionales, de manera universal, también tienen sus amaneceres, los verdaderos y los ortopédicos. El oficio turístico y la actividad turística de mis entretelas no escapan a este principio. Es más, dan permanente fe de ello. Nuestra fe de vida turística es el compendio de un amanecer verdadero y de algunas iluminaciones, inspiraciones, renacimientos... Unos pocos verdaderos y otros muchos ortopédicos.

A nadie se le escapa que la apuesta por el turismo fue, exclusivamente, porque el turismo ya estaba aquí. El turismo fue la apuesta fácil, entonces. Así de sencillo. Nuestros ´avances´ -entrecomillados porque no siempre lo fueron-, por lo general, obedecieron a las inercias del mercado y no al resultado de la iluminación o de la inspiración. Nuestros renacimientos, todos, obedecieron a la torpeza en las políticas de precios y/o al indeseable dolor de la guerra de otros.

Nuestros amaneceres, todos, los explica el parafraseo de sí mismo que hizo Cortazar: «porque sin buscarte te ando encontrando por todos lados...». Nuestras necesidades se satisficieron, como es el caso en la actualidad, por la demanda sobrante en el mercado natural del producto España, Andalucía y Málaga. Y así será mientras los sapiens descerebrados sigan matándose entre ellos y nuestra ceguera siga entregada al autoditirambo de nuestra excelencia, mientras, con disimulo, tapamos nuestros inabarcables ombligos con el enésimo sesudo plan imposible que gestionará la estacionalidad per in sæcula sæculorum. Otra vez, el día de la marmota, claro...

Y a pesar de todo, no te lo pierdas, amanece...