Lloran. Esos niños a quienes se intenta rescatar bajo los escombros de una escuela tras el terremoto en México. Su llanto ocupa segundos de radio y casi paro el coche. No soporto como padre el sufrimiento de un niño. Antes, Rufián, en la sesión de control del Congreso, le había gritado al presidente del Gobierno «Saque sus sucias manos de Cataluña», con el mismo tono que si hablara con Pinochet o con Franco o con Kim Jong Un, pero sin el mismo riesgo y en un parlamento democrático. Escribo «presidente del Gobierno» porque lo es, le hayamos o no votado y le veamos o no tatuada en la frente la frase «Luis sé fuerte». Lo es. Principio de seguridad jurídica. Sin él no hay estado de Derecho. Y porque si escribo «Rufián le grita a Rajoy» parece que todo está en el mismo plano igualitariamente democrático. Pero no es así.

En el periódico de ayer destacaba la liquidación de la empresa constructora Vera, con cerca de un centenar de trabajadores en Málaga. Cómo comparar el buscado ´martirologio´ de quienes se enfrentan a los injustos jueces, a pecho sólo cubierto por la estelada (impelidos por un nacionalismo tan presuntamente necesario y urgente que se han visto obligados a saltarse los plazos y los pasos legales), con quienes ven cercanos a su cuello y al de sus hijos los fortalecidos colmillos tras la crisis del paro.

Pero desayunábamos ayer casi como si no pasara nada, sentados bajo el sol de septiembre, anestesiados por ese airecillo marino de Málaga que anuncia un otoño de castañas asadas en manga corta, y mi amigo Juanlu me contó algo que me regaló el artículo. Hay un cómico americano llamado Louie que es una estrella de la provocación de eso que los anglosajones llaman stand up comedy. En un envenenado monólogo, Louie ironiza sobre lo dura que es la vida para un americano blanco de clase media, enfrentándose a diario a los ´problemas´ que le asedian. Como cuando a la hora de sacar dinero el cajero, automático, le pide que indique el idioma en pantalla, ¡con la prisa que tiene! O cuando una molesta teleoperadora paquistaní -que habla con mayor corrección su idioma que él mismo, aunque esté trabajando desde la Conchinchina y gane una mierda-, le pide algunos datos para una compra. Pues eso para muchos son los problemas.

En los periódicos veo en primera las noticias de Cataluña. Veo que están antes que las que hablan del sufrimiento real, del miedo real, de la muerte de quienes querían seguir vivos. La posverdad del procés ha conseguido dotar de épica civil al grave problema de los independentistas de primer mundo en Cataluña. Produce tanta adrenalina que me están entrando ganas de hacerme indepé, como ahora se les llama de forma molona a quienes por la razón incontestable de su iluminado procés no acatan las leyes del Estado que les estorba. Hay más leyes españolas, incluso europeas, que no me gustan y podría incumplir. Pero, ¡Ay!, el llanto de esos niños bajo los escombros me devuelve a la realidad.