El otro día iba por la calle Larios y me asaltó uno de esos jóvenes (ustedes los habrán visto a menudo) que captan socios para onegés. Soy de natural apocado, sobre todo a las once de la mañana, o sea, muy temprano. El chaval en cuestión me avasalló con una locuacidad henchida de idealismo no exenta sin embargo de las propias características de lo que un atinado adjetivador podría calificar como perorata. Total, que lo escuché, firmé y me afilié. Ya sóy de Médicos sin fronteras, de Médicos con fronteras, de la Cruz Roja y de la azul, de Cáritas, de los Protectores Sinceros de Osos Panda y hasta de los partidarios de los polígonos industriales oblongos. Soy una víctima fácil, es lo que soy. He llegado a firmar en la misma mañana a favor y en contra de los toros. Por quitármelos de encima. A los asaltantes, no a los toros. Soy, un hombre, o sea, sin principios, con el único principio de comprometerme.

De comprometerme también en llegar puntual al trabajo y a mis citas. Sin embargo, a causa de tanto acoso no regulado, a causa de tanto enjambre de jóvenes con cartapacios que te paran y te sueltan la perorata, chapa, discurso o arenga, estoy empezando a desarrollar una cierta habilidad para esquivarlos. Es decir, ando deprisa al verlos, hago ziz zag, hago eslalon, corro y hasta me camuflo tras el teléfono o el periódico. A resultas de todo esto hablo más por teléfono, leo más el periódico y hasta estoy bajando barriga de tanto acelerar el paso. A veces incluso he llegado a ir acompañado de alguien, ver acercarse a un captante oenegenero y señalar a mi acompañante diciendo: a él, a él, mientras yo aprieto el paso.

Lo malo de esto es que estoy perdiendo amistades, claro. Mi amigo Arturito, por ejemplo. Que ya es de una onegé pero no me habla. Pero bueno, tampoco es que hablara mucho ni de nada interesante, pero daba compañía. Tras la redacción de este artículo tengo que volver a transitar por calles céntricas. Lo malo es que estoy un poco cansado así que voy a ensayar el método sonrisas, que consiste en sonreír.

-Hombre, claro. En qué va a consistir si no.

Pero a veces la sonrisa, si no va acompañada de un enérgico pero amable «no, gracias», es tomada como complicidad o propensión a pegar la hebra. Y entonces estás perdido. O afiliado. No hay por qué ponerse antipático o borde, no es plan, pero también es verdad que no conviene ser tan coñacito a veces. Es justo y muy necesario.