La soledad se ha convertido en una epidemia con más adeptos que obesos, según viene en un informe de esos a los que los periódicos recurren para no tener que referirse exclusivamente a la crisis catalana. Los españoles, mismamente, se siente solos, lo que parece ha empezado a ser preocupante dada la fama de expansivos que nos atribuyen. El abuso del teléfono y de internet no es capaz de frenar la hemorragia de soledad que nos aflige. El que está solo, en vez de pensar o leer, o hacer crucigramas, quiere morirse, dicen los sociólogos del informe. El hombre no ha encontrado un remedio para la soledad, que siempre se relaciona con la tristeza. Flaubert no tenía un mal concepto de ella: únicamente alertaba de que era un vicio.

La obsesión narcisista de exhibirse a todas horas en las redes sociales está precisamente relacionada con la infelicidad que produce la soledad o, en último caso, sentirse solo. Pero las redes son incapaces de sustituir el contacto personal. De hecho no es extraño ver a un grupo de jóvenes juntos utilizando cada uno de ellos el teléfono móvil para conectarse con el ausente o con alguien que conoce y con el que intercambia simplemente mensajes. Sin piel el contacto es otra cosa. La soledad es necesaria para la supervivencia del ser humano y, sin embargo, hay gente que se muere sólo de pensar que acabará sintiéndose sola. Aquello que viene impuesto o no deseamos se convierte en pernicioso para la salud. La soledad hay que quererla, estar preparado para ella, y, sobre todo, saber buscarle alguna utilidad. Quienes no se sienten a gusto consigo, creen que estar solos es un infierno y por eso buscan compañía para, en realidad, seguir estándolo.