El problema en que nos ha metido la mala política ( tanto regional como nacional) consiste en saber cómo se pueden manejar los sentimientos de las masas. Y sobre todo cómo pueden pastorearlos, para que no se desmanden, las fuerzas encargadas de mantenerlas dentro del redil. Tarea difícil porque si hemos de seguir la clasificación que Elias Canetti nos explica en su libro «Masa y poder», hay dos clases de masa, la abierta y la cerrada. La primera de ellas se comporta de forma tan enigmática como espontánea ya que suele aparecer en escena donde antes no había nada, y también desaparecer, o desintegrarse, con la misma rapidez . La segunda, en cambio, conoce sus límites, procura no desbordarlos y aspira a ganar estabilidad mediante la repetición de las sucesivas llamadas a reunirse. En el caso que nos ocupa (movimientos del soberanismo catalán), estaríamos inicialmente ante una masa cerrada, ya que las sucesivas diadas fueron concentraciones multitudinarias, pacíficas y festivas. Pero ha empezado peligrosamente a deslizarse hacia las características de una masa abierta, al pedir el gobierno autonómico catalán que la gente salga a la calle para defenderlo de las trabas burocráticas y legales que le opone el gobierno del Estado para la celebración de un referéndum suspendido por el Tribunal Constitucional. Una oposición que tiene su causa en la previa aprobación por el Parlamento autonómico de una ley que, asombrosamente, se pone por encima de cualquier otra que la contradiga y abre el camino a una declaración de independencia. La situación es de una gravedad extrema porque en un primer momento del conflicto competencial las figuras de delito aplicables eran las relativamente benignas de prevaricación o desobediencia, pero ahora estamos rozando peligrosamente las de rebelión y sedición que ya son palabras mayores. Y más aún cuando algunos dirigentes políticos pretenden involucrar en el desafío a la gente del común pidiéndole que se eche a la calle para apoyarlos. Los días que faltan para el 1 de Octubre, fecha en la que estaba convocado el que ya se da por fallido referéndum, deberían servir para aliviar la presión que irresponsablemente se ha generado, pero el tono de las declaraciones de los líderes implicados en la controversia no permite augurarlo. Se ha oído decir que estamos ante un estado de excepción derivado de un golpe de estado, que se ha acabado la democracia en España e incluso que en Cataluña hay presos políticos. Pero lo más curioso de todo es que los dirigentes enfrentados utilizan el mismo argumento para justificarse al asegurar que ellos y sólo ellos están dentro de la legalidad y defienden la democracia, lo que nos llevaría a concluir que hay dos legalidades y dos democracias distintas conviviendo dentro del mismo territorio. Lo que hace inevitable que resolvamos esa contradicción a topetazos, como hacen los carneros que disputan la supremacía del rebaño. El empecinamiento, ya se sabe, es uno de los vicios ibéricos más característicos. En El Quijote nos cuenta Cervantes la «aventura del rebuzno», cuando dos alcaldes que buscaban un burro perdido en el campo dieron en rebuznar para que respondiendo éste a la llamada pudieran al fin localizarlo. La historia trascendió y acabó en batalla campal al darse por agraviados los habitantes de un pueblo por parte de otros que se burlaban de ellos.