Me entero por la prensa de que Málaga acogerá la sede de un centro internacional de las Naciones Unidas especializado en mejorar la capacitación de funcionarios de gobiernos nacionales, regionales y locales. Y me quedo pasmado. "Ya no debemos soñar". Así lo decía Stringer Bell a la altura de la tercera temporada de The Wire. Invertir en formación para los funcionarios no es más que perder el tiempo y el dinero. Funcionarios. Maldita sea su estirpe y el día que los engendraron. Los causantes de todos los males, la ruina del estado del bienestar, la undécima plaga de Egipto, el quinto jinete del Apocalipsis€ ¿Sigo? De verdad que no sé cómo a estas alturas todavía hay personas que, en su irremediable ceguera social, no se dan cuenta de que son los empresarios quienes levantan la economía, generan riqueza y crean puestos de trabajo dignos. Los funcionarios, por contra, Dios los fulmine, son esa lacra del sistema que únicamente sirve para generar tipos penales propios como la prevaricación y el cohecho. Porque, como ustedes ya sabrán, un mecánico jamás exagerará las averías de su vehículo, ni a un camarero se le ocurrirá colarle dos cañas indebidas en la cuenta, ni tan siquiera un banco pretenderá engañarle aprovechando la letra pequeña. Pero los funcionarios no participan de tal honestidad. Hacen la compra en horario de oficina, cobran sueldos millonarios y pierden la cuenta de los días de asuntos propios que les corresponden. Así, by the face. Permítanme el bilingüismo. Y lo del esfuerzo y el estudio no se lo crean tanto, que siempre tiran de la misma cantinela. Si hubo quien accedió a la función pública después de gastar las siete vidas de sus codos mientras otros disfrutaban de las viandas que proporcionaba esta España de Jauja en la época de bonanza, nada importa. Como tampoco importa que, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, referida antesala de la consabida crisis económica, la primera tecla de recortes que se le ocurrió pulsar a Zapatero fuera la de las nóminas públicas. Faltaría más. Menos mal que se dio cuenta. Que pringuen. Total, esa panda de flojos ni genera riqueza ni resuelve problemas sociales. No creo siquiera que tengan a su cargo familias ni hijos que mantener, hipotecas, préstamos, seguros, letras, recibos y otras necesidades propias de la gente de bien. ¿Comen los funcionarios? Demasiado poco se les sesgó a esas endiabladas criaturas del averno que, aunque cotizan y pagan impuestos, no hacen más que chupar del bote. Y lo peor es cuando vienen exigiendo. Como esa amiga mía, profesora, interina, que tuvo la ocurrencia de permitir que su hija naciera el día uno de septiembre, día en que tenía que incorporarse al nuevo curso, y encima pretender que se le concediera un permiso de maternidad. Menos mal que se lo negaron. Hay que tener jeta. Que hubiera parido el treinta y uno de agosto, o el dos de septiembre, como Dios manda. Pero no el día en que tienes que incorporarte y te van a dar de alta. Ya debería de estar agradecida de que la Administración le avisara de su situación con diecinueve días de retraso y a falta de uno para que concluyera el plazo de solicitud del paro. Para que se queje. Las hay egoístas. Los funcionarios, sí. Ese colectivo al cual se accede a través de exámenes libres, públicos y regidos por criterios de igualdad, mérito y capacidad pero que, socialmente, es considerado como un club privado que sólo procede a la apertura de sus puertas por derecho de sangre. Los funcionarios. Los primeros en arrimar el hombro económicamente en las épocas de crisis y los últimos en recuperar los derechos perdidos en tiempos de bonanza. Odiados por todos, no valorados por nadie. Y, sin embargo, pilares del sistema y del estado social. A pesar de las ovejas negras que pueda haber, como en todas partes. Seamos justos. Porque, le pese a quien le pese, mientras los políticos, los partidos y el gobierno de turno van cambiando, entrando, saliendo o discutiendo sobre el reparto de sillones, muchos son los funcionarios que permanecemos en nuestros puestos dando estabilidad, continuidad y rodaje al sistema. Echando horas. Trabajando. Como fieles servidores de lo público. Engrandeciendo y personalizando las instituciones como ciudadanos de a pie.