En el fútbol, el equipo que gana recibe tres puntos, el que pierde, ninguno y los que empatan, uno cada uno. Parece razonable que así sea, con una corrección que yo introduciría si mandara en este tema: si el empate es a cero, ninguno de los dos equipos se lleva punto alguno. La incapacidad respectiva de meter goles indica falta de voluntad competitiva, juego insultantemente pobre, por ende, escaso merecimiento para ostentar la categoría en la que militan. Pues eso es precisamente lo que les sucede al Gobierno español y a Cataluña. Empatan a cero y su incapacidad manifiesta de salir del atolladero debería, como en el caso de las categorías financieras que asigna Moody´s, provocar su descenso a un nivel de entidad basura. El empate nace de que el Gobierno tiene ganada la batalla de la legalidad mientras que los soberanistas catalanes tienen ganada la de la opinión pública. Imposible desentrañar la madeja. Ninguno ofrece resquicio para entenderse. De modo que ambos merecen un cero. El señor Puigdemont es un mentiroso compulsivo: sabe que miente y no le importa. Pero ese no es el problema: el problema es que a los independentistas no les importa, incluso si lo saben. Todo vale en esta lucha por una independencia que, cierto, no va a ningún sitio pero es expresión de la sacrosanta libertad que anhelan, por un referéndum que no tendrá lugar y que aprovecharán todos para hacerse las víctimas y llorar por el mundo por lo aherrojados que están a manos de la tiranía que sufren. No pueden decir que padecen dictadura porque es patente que no es así; a lo único a que se agarran es a que no les dejan votar en esta ocasión para liberar del yugo al sufrido pueblo catalán. Nunca han votado en libertad, claro. Ninguna de las 37 veces en que lo han hecho, incluso a favor de la Constitución del 78. Incluso en el 9N que tan escaso resultado arrojó. Desean tanto ganar el referéndum que hasta van a poder votar los franceses residentes (y no los catalanes no residentes). ¿Qué pinta un francés votando a favor o en contra de una independencia que no le compete? ¿Y si votan los franceses, por qué no puedo votar yo? Pero, amigos, la falacia sobre la que se han montado las aspiraciones catalanistas les ha salido bien: se admite sin más que tienen derecho a votar por la autodeterminación (¡por Dios!) del pueblo y que si sale positivo, todos tendremos que reconocer su independencia. Se acepta sin más que los que se oponen son traidores a Cataluña (incluso si son más de la mitad). La opinión pública los contempla con simpatía porque la pose de la victimización les ha salido estupendamente. Todo por una victoria pírrica. Por su parte, al Gobierno central que tiene razón que le sobra para decir que el referéndum es ilegal y que no debe celebrarse, en lugar de bajar el diapasón, cada vez lo calienta más (anda que las multas de 12.000 euros diarios...). Es como el aprendiz de brujo que empieza queriendo hacer vino con un mejunje sencillo pero, a medida que va sabiendo peor, le va añadiendo más productos hasta que la cosa humea y finalmente estalla por los aires. Y sigue siendo imbebible. Y se van acorralando ellos mismos haciendo cosas manifiestamente disparatadas. ¿Qué debería haber hecho el señor Rajoy? Es sencillo en realidad: lo que siempre hace, es decir, permanecer inmóvil. Solo que en este caso sin dejarse arrastrar por los cánticos nacionales y las banderas. Sin amenazar con castigos inútiles, sin prohibir, aconsejando al Tribunal Constitucional un poco de paciencia, para que todos recuperaran la sensatez. ¡Si él sabe cómo hacerlo! Tras advertir que el referéndum sería ilegal y que el resultado sería el mismo que en el 9N o peor, debería haberse quedado en silencio. Bastaba con sentarse a esperar. El referéndum habría sido un fracaso, como será ahora pero sin el enfado, el victimismo y la reivindicación de una Historia inexistente y los catalanes se habrían apeado de esta causa enloquecida que de todo sospecha y todo rechaza. Se habría reconocido lo más elemental: que Cataluña es una región afortunada, rica y culta, libre de tiranías e integrada en este país nuestro y no sería preciso boicotear el cava, una idiotez donde las haya, o que muchas empresas, 110 me dicen, se hayan marchado ya de Cataluña en busca de paz sin sobresaltos. Y encima seguirían estando en la Unión Europea y el Barça mantendría la rivalidad con el Madrid. Claro que el Atleti les va a pasar por encima a los dos en esta temporada. Hombre, en vista de todo esto, yo votaría por desensillar al señor Rajoy, pero si eso me cuesta ir de la mano de los herederos de los asesinos que perpetraron la matanza de Hipercor en Barcelona (¡en Barcelona!), me apeo.