Ayer era gratis la entrada a los museos de Málaga. No veas tú el estrés. Riéte del síndrome de Sthendal ese que entra en Florencia. Para aliviar la cosa me fui a desayunar con la esperanza de que el pitufo no incluyera un jamón de museo arqueológico. Con renovadas fuerzas encaminé mis pasos a La Aduana. Se puso a llover. En ese momento caí en la cuenta de las pocas tiendas de paraguas que hay en Málaga. Lógico por otra parte si se tiene en cuenta que esto no es La Coruña. En La Coruña hay más tiendas de paraguas y también más dispensarios de pulpo con cachelos, sobre todo en la calle Olmos, que el lector haría bien en visitar de cuando en cuando. Caí en la cuenta, decía. Caí también al suelo gracias al acerado ese del Centro pensado para que te resbales. Si no hay sitio en una terraza siempre te puedes sentar en el suelo. Está todo pensado para que te sientes.

En otras ciudades prefieren que sientas. En Barcelona por ejemplo te tienes que sentir indepe o español y el insulto de moda es equidistante. Equidistante es una palabra como de museo. De museo de las palabras. En Málaga no tenemos un museo de las palabras, ahí cedo gratis la idea. Por ceder, cedería incluso a la tentación si me llamaran para dirigirlo. Me bastaría una sola palabra para aceptar: sí. Claro que también podría decir: vale. Al tal museo de las palabras le cedería gratis términos como jubón o jergón, que me llevan rondando por la cabeza unos días y no veo manera de soltarlos. De momento ya los he soltado en este artículo, con lo cual siento algo de alivio. O eso creía yo, porque resulta que alivio es «una atenuación de las señales externas de duelo una vez transcurrido el tiempo de luto riguroso». Entonces no me vale. No me vale alivio. No he sentido alivio y sí quizás algo de placer. O sea, como si me estuvieran tocando las endorfinas. Las endorfinas podría ser también el nombre de un grupo musical. Las endorfinas actúan esta noche en Valladolid, Las endorfinas sacan disco y en ese plan.

En La Aduana no había mucha gente. Hay gente que no quiere ver un museo de pintura ni en pintura. Ahora también sabemos que no quieren verlo gratis. Ahí es nada ver el famoso cuadro del corazón pagando y apretado pudiéndolo ver gratis y casi a solas. El arte o es mogollón o no es arte. Todavía me duele el empellón que me dio un japo en el Louvre cuando trataba de ver La Mona Lisa. Yo, no él, que lo que trababa era de fotografiarla. Qué arte. Ayer era gratis la entrada a los museos. A mí me gusta el del vidrio y también el de la música. He pasado magníficos momentos en el Thyssen, como cuando la expo de Romero de Torres o la de los hiperrealistas; al del cubo, o Pompidou también voy, aunque desde la última vez que mi chaval casi se carga una suerte de monolito que a mí me parecía un cono envuelto en papel de plata me da cosilla volver, no vaya a ser que esté el mismo vigilante de seguridad. El ruso es una gozada, lo malo es que a veces salgo con ganas de ser Rasputin o de comprarme una dacha. Y convertirla en apartamento turístico luego.