El futuro es incierto, preocupante. Nadie sabe hoy qué puede suceder mañana. Hoy no es un domingo cualquiera. No lo es para los catalanes, pero tampoco debe serlo para un malagueño o para un extremeño ya que el desenlace final afectará a todos los territorios. Hoy se celebra en Cataluña una caricatura de referéndum, una broma de mal gusto, una consulta ilegal, sin garantías y sin ningún tipo de validez salvo esa victoria moral que buscan los separatistas con decenas de miles de esteladas en las calles.

Llegados a este punto, a este choque de trenes, quizás no sea el momento de mirar atrás y repartir responsabilidades. No sirve de nada recriminar ahora a los dos grandes partidos sus pactos pasados, cesiones y prebendas a los nacionalistas catalanes a cambio de apoyos; como tampoco sirve recordar esa deriva del socialismo catalán cuando formó parte del famoso tripartito con Carod Rovira. Tampoco será útil recordar ahora como se dejó que los que ahora desafían al Estado de derecho lleven desde la década de los 80 usando la escuela pública para propagar su sentido de patria. Se les permitió, gracias a la Lomce, que el gobierno catalán nombrara a dedo a directores de colegios y así poder desarrollar la Ley de Normalización Lingüística de Cataluña. Luego llegó el ideario que en los 90 elaboró Convergencia para enseñar e inculcar a los niños el sentimiento nacional catalán y con libros que distorsionan la historia para hacer entender que Cataluña es otro país de la Unión Europea. Tanto el PP como el PSOE no vieron o quisieron ver como la principal herramienta que modula a los niños, la educación, se usaba para crear un relato. Ahora esos niños de las décadas de los 80 y 90 son mayores de edad, crecieron dentro de la llamada inmersión lingüística y tienen interiorizado que Cataluña debe irse de España.

Precisamente esa presencia mayoritaria de jóvenes en las calles dibuja que este desafio soberanista no será flor de un día y que necesita de una solución distinta a todas las manejadas hasta ahora. Sus resultados ya vemos cuáles han sido.

Hoy puede suceder de todo y no servirán las fórmulas del pasado para afrontar este desafío soberanista, que guste más o menos, tiene un fuerte respaldo en la sociedad catalana. No es tiempo de ponerse de perfil, tampoco de ignorar el problema y menos dejarlo en manos del sistema judicial que, sí, dará respuesta al problema más inmediato como se ha comprobado desmantelando todo el aparataje del falso referéndum, pero puede que incluso convierta a más catalanes en fanáticos soberanistas y que este desafío sea permanente. Sin duda es la hora de la política para evitar, de paso, que estas tentaciones independentistas florezcan en otras comunidades como Galicia, Navarra o Baleares.

Indistintamente de lo que suceda a partir de mañana lunes, donde cabe hasta la fatídica posibilidad de que Puigdemont, Rovira y demás cómplices eleven su locura para alcanzar la condición de mártir y voten esta semana en el parlamento catalán la declaración de independencia o se convoquen unas elecciones anticipadas con carácter plebiscitario, los partidos deben asumir que el debate territorial y su consecuente reforma constitucional es la única solución posible. Serán negociaciones difíciles, finas, para buscar esa igualdad entre autonomías pero que a la vez se reconozcan esos hechos diferenciales de algunas comunidades. Se deberá revisar el actual reparto de las competencias como sucede en otros países y hallar un sistema de financiación lo más justo posible que lesione los derechos y deberes de ningún español independientemente de donde viva.

Hay que perderle miedo a reformar la Constitución del 78 que tan bien ha servido al país durante años y buscar la fórmula de que todos podamos convivir y decidir de forma conjunta el futuro de este gran país.