Hace escasamente una hora recordé de pronto al maestro. Vladimir Nabokov, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. A su vez un correoso superviviente de los atroces naufragios del tenebroso siglo XX. El maestro impartió durante casi dos décadas a sus alumnos de Cornell y Wellesley unos inolvidables cursos dedicados a la literatura europea. Esta madrugada me despertó su recuerdo. Especialmente este párrafo dedicado a Robert Louis Stevenson y a su Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Afortunadamente no tardé demasiado tiempo en encontrar en una apasionadamente caótica biblioteca doméstica el libro que recopila y conserva aquellos cursos magistrales.

Le decía Nabokov esto a aquellos jóvenes americanos, sus alumnos: «Sin embargo, si miráis con atención a Hyde, observaréis que por encima de él flota, aterrado pero dominante, un Jekyll residual, una especie de anillo de humo o halo, como si este mal concentrado, negro, se hubiese desprendido del anillo del bien. Pero este anillo del bien sigue subsistiendo: Hyde todavía quiere convertirse en Jekyll. Esto es lo importante.»

Pienso en los millones de catalanes que esperan, aterrorizados, en la oscuridad de la tormenta. Los que - junto con todos nosotros - podrían ser las futuras víctimas del nuevo fascio catalán, ya instalado firmemente en una siniestra cleptocracia en plena metástasis.

Pienso también en los secesionistas, las víctimas de la mentira institucionalizada y la manipulación ideológica y emocional a lo largo de tantos años. Mientras tantos miraban al otro lado, a través de la miopía de sus miserables cálculos electorales. Pienso en este naufragio ya largamente anunciado, en esta tragedia eclosionada en este otoño que todavía se aferra al verano y que nos llega, aparentemente imparable, desde la noche de tiempos que ya creíamos superados. Un grave y peligroso error.

Y desde la gratitud sin ambigüedades, doy, como tantos otros españoles, las gracias a Su Majestad el Rey. Por su valentía y su lucidez. Gracias a él, muchos respiramos ahora algo mejor.