A Kazuo Ishiguro (1954), el cine y la música -escribe guiones y compone canciones- le han servido para perfilar personajes. Contó que a mediados de los años 70, cuando era adolescente, había visto «The Conversation», el thriller dirigido por Francis Ford Coppola . En él, Gene Hackman interpreta a un experto en vigilancia a sueldo de aquellos que quieren que las conversaciones de otros se graben en secreto. El fisgón aspira a ser el mejor en su campo, el más grande de todos, pero se acaba obsesionando con la idea de que las cintas que entrega a sus clientes poderosos conducen a consecuencias trágicas, incluyendo el asesinato. El personaje de Hackman fue el modelo del que se valió Ishiguro para moldear a Stevens el mayordomo de su novela más aclamada: «The Remains of the Day» (1989), que Anagrama publicaría tres años más tarde en España bajo el título «Los restos del día». Stevens, durante treinta años, ha sido el mayordomo eficaz y cumplidor, un ejemplar en vías de extinción, fiel exponente de un oficio que el tiempo acabaría por difuminar. Tras un viaje de vacaciones averigua que Lord Darlington, el patrón al que ha servido más de la mitad de su vida, fue uno de los miembros de la clase dirigente inglesa que se dejó seducir por el fascismo y conspiró activamente para conseguir una alianza entre Inglaterra y Alemania. Al igual que el fisgón que encarna Hackman empieza a renegar de su trabajo, la idea de haber servido a un hombre indigno le corroe. Escuchando «Ruby´s Arms», una conmovedora canción de Tom Waits, extrajo la conclusión de que cualquier tipo duro, en el sentido del estoicismo, puede llegar a desmoronarse en un momento de abrumadora tristeza. Por ello decidió que Stevens debía contener sus emociones hasta el final. Hay un romanticismo trágico oculto en «Los restos del día», una novela maravillosamente hilvanada, lo mismo que existe en otras piezas suyas de orfebrería pacientemente trabajadas. Ishiguro ha dejado pasar de cuatro a cinco años entre cada uno de sus libros, consciente del tiempo finito en la obra de cualquier autor. De «Pálida luz en las colinas» (1982) a «El gigante enterrado» (2015) son únicamente ocho las publicaciones, siete novelas y un libro de relatos, «Nocturnos» (2010), de marcado tono crepuscular. Los secretos desvelados en un mundo hermético planean sobre «Nunca me abandones» (2005), una versión distópica de Inglaterra, mientras que en «El gigante enterrado», recrea una pareja de ancianos en un viaje por carretera a través de un paisaje inglés extraño y sobrenatural. A Ish, como le llaman Salman Rushdie y algunos otros amigos, le obsesionó durante tiempo la idea de que las grandes obras maestras se escriben a los 40 años y, por ello, no ha dejado de reflexionar sobre las oportunidades y el tiempo perdido de un autor. No es Proust pero sí un buen novelista preocupado por administrar bien su obra.