Seguramente nadie ha advertido con tanta concisión como talento gráfico como El Roto sobre los peligros de lo que él califica de ´chapapote nacionalista´.

Su dibujo del otro día en el diario donde publica sus dibujos aforísticos representaba una especie de negra vorágine acompañada de la leyenda «¡Ánimo, en el abismo cabemos todos!»

Era una especie de último aviso sobre lo que puede sucedernos a todos -catalanes y no catalanes, independentistas y no independentistas-, de declararse unilateralmente la independencia de Cataluña.

De nada servirá ya entonces hacerse mutuos reproches sobre quién tiene la mayor culpa: si la increíble torpeza y tozudez política del presidente del Gobierno o la locura de los independentistas de aquel territorio.

Sea cual sea la respuesta de Madrid a ese desafío -y se supone que será finalmente la aplicación del ya famoso artículo 155 de la Constitución o la Ley de Seguridad Nacional-, el daño estará hecho.

Daño por supuesto a la economía, tanto a la catalana como a la del conjunto de España, con consecuencias imprevisibles, pero con seguridad desastrosas para todos -empresarios y trabajadores- y daño, tremendo daño, a un bien que debería sernos tan preciado en un país de históricas y desgarradoras guerras civiles como es la convivencia ciudadana.

Uno puede entender cómo un partido radical como la CUP ve en la independencia catalana la realización de sus sueños anarco-identitarios aunque su objetivo último vaya todavía más allá hasta culminar en la construcción de lo que llaman los ´Países Catalanes´.

Pero el nacionalismo catalán fue siempre otra cosa: una ideología de menestrales, comerciantes y clases medias profundamente conservadoras, apegadas a sus negocios y al terruño.

Unos y otros se han convertido, sin embargo, en extraños compañeros de cama, y existe la sospecha de que si los partidos que representaban a los segundos como Convergencia -rebautizada PdeCat- decidieron subirse un día al carro independentista, fue por un doble motivo.

Ello les ayudaba por un lado a desviar la atención de la corrupción de sus políticos, como le sirve al PP su política de dureza frente a Cataluña para hacer otro tanto con sus propios escándalos, mientras les permitía por otro culpar sólo a Madrid de los recortes sociales y su desastrosa gestión económica.

Se habla ahora con razón de la desproporción de la violencia de la policía y Guardia Civil el domingo del referéndum pro independencia y de que esa experiencia hizo crecer allí todavía más el independentismo.

Pero no está de más recordar que muchos catalanes de bien apenas se quejaron cuando sus ´mossos´, a los que se trata ahora de presentar como simpáticos policías de proximidad, reprimieron con la misma dureza que otros servidores del Estado a los ´indignados´ del 15M.

Pero esta vez no se trataba de protestar contra recortes o de ninguna manifestación de radicales de izquierda o de obreros en huelga, sino de ejercer un derecho que consideraban ´democrático´, aunque fuera al margen de la legalidad de un Estado al que ya no reconocen.

Con el agravante de que los encargados de hacer cumplir la ley y mantener el orden público eran policías y guardias civiles llegados de esas partes de España a las que siempre han despreciado por su supuesto atraso. Y eso no era en absoluto tolerable.