Decía Groucho, filósofo marxista, que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Groucho, que hubiera cumplido 127 años el pasado día 2, no aludía a caso concreto alguno; pero tal vez su definición le cuadre perfectamente a lo que sucede en Cataluña y, por tanto, en España. Los políticos de la Generalitat han decidido que tienen un problema con (el resto de) España. Y han convencido a toda una muchedumbre de que ese problema es el suyo. Los senegaleses -un suponer- no entenderán que una parte de los vecinos de un país de la zona más próspera e igualitaria del planeta conviertan en problema el hecho de que los gobierne gente de su propia tribu o la de al lado. Es fama que los políticos roban sin distinción de vecindad. Sin contar, claro está, conque la que de verdad manda en España, Cataluña y Europa es una señora de Berlín. Nada cuesta comprobar, tampoco, que los niveles de renta de Cataluña son homologables a los europeos y están por encima de la media española. Unos mejor que otros, lo cierto es que se vive bastante bien en Cataluña y en España en general; sobre todo, si se compara con la mayoría de este mundo. Ante problemas tan superfluos como estos es pertinente la pregunta de un viejo anuncio de máquinas de afeitar. «Eres guapo, joven y con dinero, ¿qué más quieres, Baldomero?», decía uno de los actores del sketch, a lo que el interpelado respondía: «Una Philishave». «Una independencia», contestan los políticos catalanes que han conseguido sacar a la calle a cientos de miles de personas. Lo que demuestra que el arte de buscar encizañar a la gente sigue funcionando a estas alturas del milenio. Una vez encontrado el conflicto, era casi inevitable que otros políticos hicieran un diagnóstico falso y aplicasen los remedios erróneos, de acuerdo con la acertada teoría de Marx (facción Groucho). Ahora solo falta encontrar una solución al laberinto en el que nos metieron los gobernantes blaugranas y merengues. Infelizmente, Groucho no contemplaba una respuesta para esto. No parece que sea fácil encontrarla si se tiene en cuenta que las palabras han perdido el sentido que un día tuvieron. Ahora se reputa despectivamente de ‘unionistas’ a quienes prefieren seguir unidos en lugar de embarcarse en empresas más propias de aventureros que de gobernantes de una Europa escarmentada de aventuras por su reciente Historia. De ese escarmiento general nació la UE, club de unionistas irredentos que, paradójicamente, es admirado por los partidarios de la desunión que pierden el oremus para que Bruselas los reconozca. Se conoce que, aquí y en Tombuctú, el arte de buscar problemas sigue guiando a los gobernantes teóricamente encargados de resolverlos. Lo peor es que ya los han encontrado y, tras ponernos al borde del abismo, van a dar un decisivo paso adelante.